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Pero para que me canso, si cerca de tres siglos que se formó la colonia de Buenos Aires, y todavia no se sabe si hay ó Cabo de San Antonio, estando como suele decirse detras de la puerta, y está causando una mala navegacion su incertidumbre; siendo cierto que en la longitud en que las costas lo figuran, no hay tal cabo; pues yo lo he pasado diversas veces por encima, sin que le haya visto, y de seguro en la longitud de Montevideo, ó navegando desde dicho puerto al S, no se halla tierra alguna; y últimamente, si no hubiera sido por el empeño tan fuerte que Vd. ha tenido en que se descubra por tierra el camino por tierra para Buenos Aires, ¿no se estaria en el concepto de que este tránsito era imposible, como en realidad se creia?

¿Todos? Todos. Pero, ¿y mi padre? Toma, el pobre señor arriba. Como usted entró corriendo... no le dije . La señora, don Tirso y la señorita salieron a cosa de las cuatro, diciéndome que tuviera cuidao... y hasta ahora. ¡Figúrese Vd. qué iba a cuidar! Si me hubieran dao el picaporte... quié icir que podría haber subido por si el señor nesecitaba algo.

He rezado a María Santísima para que borre del alma la imagen de usted y el rezo ha sido inútil. He hecho promesas al santo de mi nombre para no pensar en Vd. sino como él pensaba en su bendita esposa, y el santo no me ha socorrido.

Ni el ver llorar a su madre... ni el estado de nuestro padre... no ha tenido consideración a nada. No reconoce más ley que su capricho. Le juzga Vd. con demasiada dureza.

¿De manera, señor cura, le pregunté, que Vd. no recibe dinero por bautizos, casamientos, misas y entierros? No, señor, no recibo nada, como va Vd. a saberlo de boca de los mismos habitantes.

Yo entiendo que el mal debe conocerse para estimar mejor la infinita bondad divina, término ideal e inasequible de todo bien nacido deseo. Yo agradezco a Vd. que me haya hecho conocer, como dice la Escritura, con la miel y la manteca de su enseñanza, todo lo malo y todo lo bueno, a fin de reprobar lo uno y aspirar a lo otro, con discreto ahínco y con pleno conocimiento de causa.

Las cualidades morales y la belleza lo pueden todo. La misión del hombre es más difícil: primero, tiene que saber agradar, luego debe disponer de medios para sostener una familia. ¿Y si esos medios los lleva la mujer? ¿O es que Vd. no cree que deba casarse el pobre con mujer rica? Pues lo estamos viendo a cada paso. Hay algo de eso.

¿Reuma? exclamó Tirso, sonriendo bárbaramente. ¡Reuma! ¡No tiene Vd. mal reuma! Gota, y de la fina, es lo que tiene usted. El infeliz escuchó con indecible espanto la brutal revelación.

No: ocurre que señoritas más o menos acaudaladas se unen a pillos bien vestidos, elegantes, instruidos y hasta bien educados; pero no habrá Vd. visto nunca que una señorita rica se case con un hombre digno y verdaderamente pobre. Según... Con un pobre, pobre, vamos, que no tenga donde caerse muerto, no. Es natural.

Por lo que otras veces he oído, su situación, de Vd., dicho sea sin ofenderle, pues en ello no hay injuria, no es nada lisonjera. He hecho mal, he sido indiscreta, ¿verdad? Señorita, ¡no se ensañe Vd. conmigo! mis palabras no encerraban la menor censura. No, si la mitad de la culpa es de Vd. No entiendo. La cosa es clara.