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Su rostro se transfiguró, abrió los ojos y me contempló como si viera una visión; pero luego que volvió en , sus facciones readquirieron su expresión de gravedad y de tristeza. ¡Vaya, vaya! ¿Qué tienes, hijita? dijo. Estas no son cosas que haces todos los días. Me rechazó suavemente, y también esta vez permanecí parada, abandonada a misma, con el corazón desbordante.

Hace la rosca a la chiquilla de García, una empalagosa que no piensa más que en componerse y no sabe dar una puntada; pero el asunto es que se la hace por lunas, porque esas de García.... ¿No te gusta el cuento? , mujer gritó la oradora amostazada . ¿Piensas que estoy muerta por semejante muñeco? Vaya, que me das gana de reír. Cuenta, mujer, que también se pasa el tiempo.

Isidro, al salir de su casa por las mañanas, hablaba con Salguero el esquilador. Este le salía al paso, saludándolo con grandes cortesías. Vaya usía con Dios, señor excelentísimo. Ya sabe que Salguerillo es su fiel servidor, aunque sea un pobre cañi.

Ya está... ¡les pone una tallarinada! dijo Baldomero riendo bondadosamente, al dar un puntazo con el cabo del rebenque en el abultado abdomen de Garona. ¡No sea juguetón!... y diga: ¿de postre? ¿Qué les va a poner? Tengo lindo durazno en conserva. ¡Convenido! y ponga guayaba también y... ¡ya sabe!... ¿eh?... esto es mío... no vaya a recibirle a don Melchor. ¡«No» pierda cuidado!

Pasaron así veintidós años: pero al cabo de ellos, Francisco Montiño, que ya había llegado á la cúspide de su carrera siendo, hacia tiempo, cocinero de Felipe III, recibió una carta de su hermano Jerónimo concebida en estos términos: «Estoy muy enfermo; el médico dice que me muero. Si esto sucede, podrá suceder que Juan Montiño, mi hijo, vaya á la corte.

Vamos, tío Pedro siguió la tía María, cuyas lágrimas corrían hilo a hilo por sus mejillas, al ver el desconsuelo del pobre padre ; ¡un hombre como usted, tamaño como un templo, con un aquel que parece que se va a comer los niños crudos, se amilana así sin razón! ¡Vaya! ¡Ya veo que es usted todo fachada! ¡Tía María! respondió en voz apagada el pescador , ¡con esta serán cinco hijos enterrados!

En el hoyo no es como en el mundo filosofaba Gil Paz , donde nos pagamos de exterioridades y apariencias, y muchos hacen papel por la tela del vestido. ¡Vaya una pechuga la del difunto!

El lugar elegido era siempre desierto, aunque poco lejano de su casa. Y no vaya usted a figurarse que aprovechaba para esas expediciones peligrosas las frecuentes ocasiones en que el conde De Nièvres se ausentaba. No; estando él en París, a riesgo de encontrarle, de perderse, acudía a la hora señalada y casi siempre tan dueña de misma, tan resuelta como si todo lo hubiese sacrificado.

Sin embargo, el conde no se impacientaba, quizá temiendo que el más pequeño signo de impaciencia, en aquella ocasión, hiciese dudar de su serenidad. Alentados con esta paciencia, los jóvenes salvajes cada vez le apretaban más con su vaya, repitiendo con variantes la misma idea del entierro. La verdad es que se iban haciendo pesados; pero no lograron ahuyentar su fría y vaga sonrisa.

De allí, de noche, me podréis sacar sin miedo y llevarme a la barca; y mira que has de ser mi marido, porque si no, yo pediré a Marién que te castigue. Si no te fías de nadie que vaya por la barca, rescátate y ve, que yo que volverás mejor que otro, pues eres caballero y cristiano. Procura saber el jardín, y cuando te pasees por ahí sabré que está solo el baño, y te daré mucho dinero.