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Nada de nuevo, si no es que me ha escrito diciéndome que Alfonso ha sido bien recibido con mucha distinción entre personas de la mayor concurrencia, donde su personalidad y sus talentos produce, según la expresión de Mme. Vaux, mi hermana, un tipo de entusiasmo.

Parecía yo al Abraham bíblico cuando vuelve la vista para contemplar a Agar y su hijo, abandonados en el desierto, menos peligroso ciertamente que esta multitud inmensa, donde las madres, obligadas por la sociedad, abandonan a sus hijos. Todo el día de hoy lo he pasado en compañía de Mme. de Vaux, mi buena hermana, y mezclado mis lágrimas a las suyas, pues también es muy desgraciada.

Me participa también que uno de sus arrendatarios de Vaux, a quien durante la Revolución le había arrendado las tierras, le ha entregado cuatro mil pesos, después de haber reconocido por propio que lo que pagaba no era justo: además, se ha comprometido a pagarle por espacio de veinte años una asignación en frutos de la cosecha.

En mi triste situación me admiraba, no podía darme cuenta de cómo no había pensado antes en este expediente vencedor. En el bulevar me encontré repentinamente con Gastón de Vaux á quien no había visto hacía dos años. Detúvose después de un movimiento de duda, me apretó cordialmente la mano, me dijo dos palabras sobre mis viajes y me dejó en seguida.

«Mi esposo y yo vivimos casi siempre en Milly, y pasamos en Saint-Point algunas temporadas. Es éste un punto muy agradable por el solitario recogimiento que se advierte al abrigo de las montañas. ¡Cuántas gracias debemos dar a la Providencia por los favores que nos concede! «Mi hermana Mme. de Vaux, ha llegado hoy mismo de Lyón. Es una angelical y virtuosa mujer.