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Para no llevar la lista de todas las personas a quien tenían que ver y estar consultando a cada paso lo que podía comprometerles, Bautista, que tenía magnífica memoria, se la aprendió de corrido; cosieron las letras entre el cuero de las polainas y por la noche se embarcaron. Entraron en el vaporcito de la Fleche en Socoa y se echaron al mar.

Aceptada la galante invitación del Sr. Melliza, hicimos en su vaporcito Catalina la travesía de Donsol á Pilar en hora y media. Este pueblo se erigió por decreto del 6 de Agosto de 1861 con las visitas denominadas Santo Niño, Putiao, Sapa y Cadanlagan, dependientes del pueblo de Cagsaua, y las de Inang y Palatoan, anexas del de Albay.

El hombre de mar metido entre las cuatro tablas de un vaporcito ribereño, es como el milano de las regiones australes, que se le encerrara en un jaulón de gallinas. ¡Capitán! ¿cómo se llama ese aparato de pesca? le dije señalándole una balsa que se veía en la orilla. No me contestó con marcada aspereza.

Condiciones históricas, sociales y políticas del Canton. El cielo estaba lleno de luz y esplendor y las brisas de la mañana rizaban las ondas y nos llegaban de las montañas cargadas de los ricos aromas que emanan de los bosques de abetos, cuando subíamos á bordo de un gracioso vaporcito, que en breve comenzó á cortar como un cisne pardo las bellas aguas del lago de Brienz.

Se despegó el vaporcito, alejándose con violento y grotesco cabeceo, semejante a los traspiés de un beodo. El Goethe, con el práctico en el puente, aceleró su marcha, poniendo la proa rectamente a Montevideo. Empezaron a surgir rosarios de luces entre las masas de sombra de la costa.

El vaporcito, ancho y profundo, de robusta chimenea, navegaba, sin embargo, como un pedazo de corcho a merced de las olas, sacudido, retorcido, zarandeado por encontradas fuerzas. A veces desaparecía su luz, como si se la hubiesen tragado las aguas, y tras largo eclipse volvía a aparecer más allá, donde nadie esperaba verla.

Pero estos hombres, ¡qué malos son, pero qué malos! Pues verás. Me voy a Burdeos con mi marido, pasan meses y meses, llega el verano y nos vamos a pasar una corta temporada en Royan, un pueblo de baños de mar. Pues, hija, estaba yo una tarde en el muelle viendo desembarcar a los pasajeros que venían en el vaporcito de Burdeos, cuando me veo al primo Moreno.

Las palas del vaporcito, pesadamente batían las aguas del Pasig, evitando el timonel con una lenta marcha, el choque con alguna de las muchas pequeñas embarcaciones que afluyen en aquellas horas á las cercanías del puente colgante, cargadas unas de cocos, verduras, leña, piedras, ladrillos y tejas, y conduciendo otras gran número de alegres cigarreras que tienen su trabajo en la fábrica de Arroceros, y su domicilio en alguna de las poéticas casitas que bordan las orillas del río, y forman parte de los pueblos que hemos de ver desde las bandas del vapor.

Los pasajeros con destino a Montevideo desfilaban por una escala especial hasta un vaporcito de amplia cubierta. Todas las damas de la opereta bajaron estos peldaños de madera con el gesto majestuoso de una reina de teatro que desciende por una escalinata de cartón. Las «estrellas» de la compañía avanzaban entorpecidas por los grandes ramos que les había enviado el empresario a guisa de saludo.

Gracias, Harvey, respondió Marenval; para prueba nos basta ese lago interior, como usted llama desdeñosamente al Mediterráneo, que es muy traidor, entre paréntesis... ¿Y en qué barco irán ustedes? Tenemos en tratos un yate, dijo Tragomer; el que sirvió á lord Spydell para ir al Cabo el año último. Es un vaporcito de sesenta metros de largo, de buenas condiciones marineras y que anda doce nudos.