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En un instante y andando con toda la prisa que permitía la oscuridad de la casa, bajamos, abrimos las puertas y nos encontramos en la calle. ¡Ay! exclamó al ver cerrar por fuera la puerta . En mi atolondramiento se me olvidaba, al querer salir, que no tenía llaves para abrir la puerta. Pero ¿a dónde vas , a dónde vamos? Corramos dijo aferrándose a mi brazo. ¿A dónde? A la casa de lord Gray.

Esta, miró a su vez al sobrino, y el semblante se le anubló, de pronto... Vamos, pues, ¿qué dices? ¡Que la quiero a usted mucho tiíta de mi alma, y que sufro de veras por la pena que la estoy causando! La abrazó repetidas veces, con efusión. Déjame, no me aprietes tanto... ¿De modo que... eso no te alcanza? ¡Habla, habla!

Pues mira, Genoveva, te seré franca... Si fuera cosa tuya..., tuya exclusivamente, iría con el alma y con la vida... Pero tratándose de lo que se trata..., vamos... que no me gusta ese barrer para adentro de tu marido, que la pone a una siempre en el riesgo de tropezarse con basura... Y, francamente, no quiero ponerme en el caso de encontrarme mano a mano con una... Curra Albornoz u otra de su ralea.

Al separarse de nosotros, exclamé para mi coleto: ese hombre ha equivocado el oficio; ha nacido para hacer piruetas en la maroma. Vamos á la comparacion entre Rothschild y Salamanca. No voy á hacer una pintura, sino un boceto, al mismo tiempo concebido y ejecutado. No debo ocultar que lo escribo con miedo; pero la buena fe me salva. La Europa presenció, no ha mucho, un congreso de soberanos.

¡Cálmate, vejete! Carlos, ¿quién es ese tío, vamos? ¡Corre! ¡Cállate, insensato! ¡Vamos, toma esto! Y con mano nerviosa Carlos Tomás llenó de licor una copa. Bebe y vete, hasta mañana... en cualquier parte, pero déjanos; vete en seguida y déjanos en paz.

A nadie se arrima por la raja que saque, sino por el aquel de que le gustaré, y vamos andando, que cada uno tiene sus gustos.... Hoy en día, más que digan los reacionarios, la istrución iguala las clases, y no es como algún tiempo.... No hay oficial ni señorito que valga....

Será lo que Dios quisiere, dixo Cacambo: las mugeres para todo encuentran salida; Dios las remedia; vámonos. ¿Adonde me llevas? ¿adonde vamos? ¿qué nos haremos sin Cunegunda? decia Candido. Voy á Santiago, replicó Cacambo; vm. venia con ánimo de pelear contra los jesuitas, pues vamos á pelear en su favor.

Reina, eso está muy mal. Cállate y escúchame. La venganza es el placer de los dioses, proseguí yo, dando un salto para cazar un moscardón que revoloteaba sobre mi cabeza. Vamos, hijita, hablemos con seriedad. Pero si yo hablo seriamente respondí, deteniéndome delante de un espejo, para comprobar con cierta complacencia, que la animación me sentaba.

Hecho lo cual, siempre prudente y previsor, se eclipsaba. Paquito, viéndose estafado, ponía el grito en el cielo. «¿Quién ha sido, rico? ¿Quién te ha llevado el pastelito? exclamaba su niñera. ¿Ha sido el Fidel? Vamos a pegarle con el látigo.» ¡Dónde estaba ya el Fidel! En un buen rato no se le veía por ninguna parte.

Otras dos veces vamos á cruzar el Guadalquivir para hacernos cargo de Peñaflor y de Palma del Rio. Allí se veían en tiempo de Ambrosio de Morales las ruinas de la antigua ciudad y su famoso puerto. Hasta él, dice Estrabon, llegaban las naves cargadas de mercaderías.