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Aún seguimos soñando castillos las posadas, Ejércitos de príncipes altivos las mesnadas, Jardines encantados los páramos sin dueño, Y en todos los instantes y en todos los caminos, Todos vamos cayendo por luchar con molinos, Y a todos nos destrozan las aspas del ensueño!

Vamos al otro grupo. La jóven está sentada en una silla; pero sentada como se sienta una muchacha que vive menos en sus órganos que en su sentimiento; como se sienta una mujer que todavía no ha amado, y cuya aspiracion suprema es amar; como se sienta esa mujer cuando tiene delante al hombre que ama.

A eso se llama contestar categóricamente. Pero, ¡vamos! ¿no amas a otro? Mi pecho no alberga otro amor que el de usted, tío respondió la joven suspirando. Antoñita, eso no basta. Dentro de un mes o dos yo voy a dejar de existir, y si sólo me amas a no quedará nadie que te ame. ¡Oh! tío de mi alma, espero que se habrá usted equivocado.

Sosegóse no obstante muy luego, y agregó: No me pasmo de nada de eso, ni digo que don Eugenio mienta; pero... usted... es un papanatas, un infeliz, porque aquí no se trata de Sabel, ¿entiende usted?, sino de su padre, de su padre. Y su padre le ha engañado a usted como a un chino, vamos.

Vas allí, armas una marimorena horrorosa, y nos echamos encima otra complicación. Quizá tengas razón. Respecto a don José, puedes estar tranquilo: aquella le cuidará bien, y yo... vamos, me parece una tontería hacer promesas. Vámonos; quiero pasar las noches que faltan con mi padre. Convengamos antes la hora. ¿Te parece bien a las tres? Como quieras. Yo lo tendré todo dispuesto.

¡Hola! ¿Conque el ministro te ha encomendado un trabajo?... ¿Y sobre qué, vamos a ver? ¿sobre la formación de un nuevo Jockey-club, sobre los principios del boxeo o de la esgrima, sobre las reglas del sport en general o del steeple-chase en particular? ¡En tal caso, ya me explico la satisfacción que muestras!

¡Vamos! gritó Juan Claudio levantando los brazos ; ¿cree usted que hay tiempo de explicarlo? La anciana comprendió que no tenía mas que obedecer, y cogiendo su manto bajó la escalera con Luisa.

¡Trae, trae, Cecilia! ¡Deja eso! exclamó con el rostro echando fuego, contraído por forzada sonrisa. No; quiero verlo. Ya lo verás después; ¡suelta! Quiero verlo ahora. Vamos, niña, déjaselo ver. ¿Qué te importa? dijo doña Paula. No quiero que me lo quite nadie por fuerza gritó poniéndose seria. Después, comprendiendo la imprudencia de esto, tornó a ponerse risueña.

Entre el hipo de los sollozos, la señora articuló: ¿Sabes? lo que ha dicho Angela... es la verdad... ¡la terrible verdad! La joven, sin comprender, exclamó: ¿Que nos vamos a la estancia? ¡Mejor! ¿Y eso te aflige tanto? La madre volvió a besarla largamente. ¡Qué inocente era!

No niegues, muchacho; la cara te hace traición.... Óyeme bien: si eres tan imbécil que te dejas explotar por tu madre, no cuentes con el cariño de tu tío. Lo que te dejó tu padre para ti es, y no para que se lo coman tus hermanitos los cachorros de Pajares. Vamos a ver; di la verdad: ¿No te ha metido Manuela en sus trampas? ¿No te ha hecho firmar algún pagaré? La verdad, y nada más que la verdad.