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«¡Aquí de don Quijote!», pensaba yo una noche que tal sucedía. «¿Qué hiciera con nosotros el valeroso manchego, si en esta guisa nos hallara? ¿No arremetería furioso contra esta muchedumbre, tomándola por escuadrón de fantasmas, ó por sarta de disciplinantes? ¿Creería, si se lo jurasen, que erais, entre tanto barro y azotadas, como vais, por la cellisca, las más mimadas flores del hermoso jardín de la Montaña

Cada vez que el toro se fastidiaba y arremetía a uno de ellos, era seguro ver al pobre capeador por los aires o hecho tortilla contra las barandas, lo que no causa mucho placer que digamos. Cuando el toro es bravo y el hombre hábil y valeroso, las simpatías se inclinan siempre al hombre; a me sucedía lo contrario.

Arrancaba, sin embargo, de una María de La Cerda y exornaban su árbol genealógico Juan Mercado, primer caballero de Milán, Tomás de San Vicente, llamado el Valeroso, y, sobre todo, Ruy López de Avalos, condestable de Castilla.

En èl entrando rico y poderoso, En mismo pensando su ventura, Con ánimo gallardo y valeroso, Que cierto le tenia de natura, Navega muy alegre y muy gozoso, Sin miedo que le venga desventura, Que va de su ventura confiado, Y el navío de barras bien lastrado.

En este momento recuerdo que uno de nuestros viejos cronistas relata cómo una fiera de esta clase mató, hace quinientos años, al emperador Deffar Plune, valeroso cazador.

Mal lo hubiera pasado el valeroso caballero si no hubiera tenido un buen revólver de seis tiros, con el cual les apuntó exclamando: ¡Ahora vais á ver, cobardes, de qué os sirven las navajas! Los gañanes, al ver el arma, diéronse á la fuga. El caballero les persiguió largo trecho, obligándoles á echarse á un arroyo y pasarlo con el agua hasta la rodilla.

Tan sábio era, y astuto y cauteloso En su trato y vivienda nuestro Irala, Que no tiene algun hombre dél quejoso, Que á todos en amor parece iguala. Con esto y con su pecho valeroso, Contrasta cualquier mal, y suerte mala, Y á su diccion y mando muy rendidos, A sus contraríos tiene y sometidos.

Pero, antes que allá llegasen, les sucedieron cosas que, por muchas, grandes y nuevas, merecen ser escritas y leídas, como se verá adelante. Capítulo XI. De la estraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el carro, o carreta, de Las Cortes de la Muerte

Mil lances extraños y no pocos actos de inaudito arrojo habían dado a Pedro Lobo fama de hábil y astuto capitán y de valeroso soldado, sirviendo, durante seis años, en la República Oriental del Uruguay, en favor de Rosas y a las órdenes de Oribe.

Porque el valeroso Amadís de Gaula se vio en poder de su mortal enemigo Arcaláus el encantador, de quien se tiene por averiguado que le dio, teniéndole preso, más de docientos azotes con las riendas de su caballo, atado a una coluna de un patio.