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Su carne, de azulinas transparencias, tenía la melancólica palidez de los tísicos, y hacía pensar, con pena, en la llegada de esos días grises en que caen las hojas de los árboles. Tenía un aroma vago y casi religioso: olía a cera y a flores de mortaja. Inició un fugitivo arpegio sentimental en el cordaje de nuestros nervios, en constante hiperestesia por el arte y por la vida.

Al llegar al corredor de cristales que daba vuelta a todo el patio, percibí con claridad los objetos, por la mucha luz de la luna que allí penetraba. Entonces medité, y formulando vagamente un plan, dije: Aquí buscaré un sitio donde ocultarme. Lord Gray no puede haber llegado todavía. Le espero, y cuando venga le saldré al paso. Puse atento el oído, y creí sentir un rumor vago.

Y andan por ahí diciendo que estuvo usted rondando por el hotel toda la noche, y que se paseó por aquellos corredores y subió y bajó las escaleras, y como alma en pena vagó por aquella plaza, ¡y todo ello inútilmente! Otro amigo no menos generoso y compasivo, vertió nuevo bálsamo en las heridas del chasqueado galán.

Me gustaría verla: debe ser algo curioso. La mirada de Toledo vagó indecisa por el pecho de aquel oficial, como si inventariase sus condecoraciones, deteniéndose en las estrellas que moteaban la cinta rayada de su Cruz de Guerra. Cada una de ellas era símbolo de una hazaña. Cuando el teniente lo presentó á sus padrinos, continuaron las desorientaciones de don Marcos.

¡Las gentes que venimos aquí! dijo Fernando ¡Y pensar que es el nombre de una ciudad desconocida, el vago prestigio de una tierra lejana, lo que nos ha juntado a personas de tan diverso nacimiento!...

En cuanto a la antigua cursería, hemos dicho que apenas osaba ya nadie acusarla de este defecto; defecto, por otra parte, tan vago e indefinible, que depende casi siempre del criterio de las personas el hallarle o no hallarle en otras. Lo que ocurre, por lo común, es que las acusaciones son mutuas.

¿Había ocurrido ya? ¿Iba a ocurrir más adelante? ¿Estaba ocurriendo entonces? ¡Tampoco sabía yo eso!... Mas nunca, jamás me sentí tan agitado, ¡y con tanta razón agitado! como aquella noche fatal en que me repetía, arracándome los pelos: ¡El malvado de Tucker tiene la culpa! Consolábame, empero, el vago pensamiento de que aquello no sucedía realmente.

La tristeza dramática del Nazareno tropezando en las piedras y agobiado bajo el peso de la cruz parecía consolar a la pobre esposa. ¡Señor del Gran Poder!... Este título vago y grandioso la tranquilizaba.

El steward contestó rehuyendo sus ojos. Era un obsequio al pasajero de al lado, un alemán que pasaba las noches jugando en el café hasta que apagaban las luces. Sin duda, los amigos le habían dedicado esta alborada por ser su cumpleaños. Y vagó bajo su recortado bigote una sonrisa de servidor discreto que piensa en la hora de la propina y miente por no molestar al señor.

Por una rareza singular, no he conservado de esa época más que un recuerdo vago de las personas cuya vida ha estado más estrechamente asociada a la mía; sin duda porque las impresiones siguientes han borrado las primeras. Mi padre era un hombre pequeño, robusto y rechoncho, de barba y cabellos negros y cortos, calzado con altas botas lucientes y vestido de una hopalanda de basto paño verdoso.