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Una felicidad hubiera sido entonces, para Adriana, contemplar a las monjas en la media luz del crepúsculo formando hilera detrás de los arcos, con los labios rezando el rosario entre las manos juntas y los ojos perdidos en la visión vaga del esposo celeste.

Con tal vigor se espació sobre este símbolo, durante la hora ó más que duró su peroración, que llenó de terror la imaginación de los circunstantes á quienes pareció que su brillo escarlata provenía de las llamas de los abismos infernales. Entretanto Ester permaneció de pie en su pedestal de vergüenza, con la mirada vaga y un aspecto general de fatigada indiferencia.

Si á cualquiera, y sólo por la apariencia, se le preguntase la edad que puede tener, se vería muy embarazado para contestar; á tal punto parece indefinida y vaga. Su rostro, aunque sin frescura, es juvenil, y el cabello, lacio y sedoso, todavía no ofrece entre sus negras hebras ni una sola blanca.

Aquí se trata de la conciencia de mismo, tal como se halla en la generalidad de los hombres; quienes, lejos de considerar el tiempo como una cosa que hace parte de ellos, le miran como una especie de vaga extension ó sucesion, en que duran ellos y todo lo variable. VII, cap^s.

Allí estaba cuanto quería en el mundo: los árboles que la conocieron de pequeña y las flores que en su pensamiento inocente hacían surgir una vaga idea de maternidad.

Pero Ana, sin saber por qué, sentía una vaga repugnancia cuando pensaba en ir a casa de doña Petronila; le parecía mejor ver al Magistral en la iglesia, allí encontraba ella el fervor religioso necesario para confesar sus ideas malas, sus deseos peligrosos.

Me volví y creí ver a mi padre, no como era antes, sino como una forma vaga y sombría, pálido, desfigurado, los ojos hundidos, las pupilas sangrientas y los cabellos en desorden; después se alejó, haciéndose cada vez menos distinto y disminuyendo en la oscuridad, como una luz presta a extinguirse.

Su entristecido arqueo de cejas le prestaba vaga semejanza con los retratos de Quevedo; su pescuezo, flaco, pedía a voces la golilla, y en vez de la vara que tenía en la mano, la imaginación le otorgaba una espada de cazoleta.

Sólo una luz incierta, vaga, errante, que bien podía ser una estrella, pero que tenía más trazas de engañoso fuego fatuo, iluminaba de vez en cuando el vacío y obscuro espacio de su cielo. Poldy acababa además de cumplir veintinueve años.

Había notado con tristeza que aquella fe suya era demasiado vaga; creía mucho y no sabía a punto fijo en qué; su desgracia más grande, la muerte de su padre, no había tenido consuelo tan fuerte como ella lo esperaba en la piedad que había creído tan firme y tan honda, aunque tan nueva.