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Señoritas, ¡si yo no niego, ni afirmo!... ¡ niega! exclamaron a una. No acierto a comprender a ustedes.... La parlanchina me miró de hito en hito, hasta que no pudo más, y riendo me dijo: Vaya, pues, como usted no ha de confesarlo, se lo diré: ya sabemos que usted es novio de Gabriela Fernández. Están ustedes engañadas.... Vea usted que nos lo dijo persona que lo sabe. ¡Pues no es verdad!

He llegado de Brandeburgo, señores, por otro nombre reino de Prusia, en cuyo trono se sienta un hombre que no da dos notas seguras... ¡un hombre que toca la flauta como un principiante!... y le llaman ¡Federico el Grande! ¡Y serán ustedes capaces de indignarse porque el mio amico Farinelli sea ministro!... ¡él! ¡El maestro, el dios de la música sobre la tierra!... ¡él! ¡que debería ser maestro de capilla en el Cielo, que debería cantar con los ángeles si éstos pudiesen comparársele!... ¡El, que ha dicho presentándome a Sus Majestades: Aquí tienen el primer cantante de Europa!

Además, me desolaría ver nacer motivos de discordia entre ustedes dos, y por esto es por lo que quiero prevenirlos... Volveremos a conversar sobre este asunto, se lo prometo. En este momento, voy a comunicarle mis proyectos; espero que le agradarán: inmediatamente de nuestro casamiento, partiremos para Florencia; es una ciudad interesante que no le disgustará conocer.

¡Ea, dejarme ya de Soleá! exclamó el guapo riendo. ¿Me van á dar ustedes jaqueca toda la noche? ¿No hay otra conversación más entretenida? Me hartaba esa niña... Un día ú otro tenía que suceder... Sucedió... ¿Qué le vamos á hacer?... Precisamente en este momento me están apeteciendo unas lonjitas de jamón. ¿Echamos un solo y las jugamos?... ¡Eh, niño! tráete una baraja... El Carnaval.

Pues bien, señores, pensamos todos que podrían ustedes ir apeándose el tratamiento. Los futuros esposos bajaron la cabeza sonriendo. La alegría de los comensales se expresaba ruidosamente, se charlaba, se bromeaba. Pablito asaba a preguntas a su próximo cuñado, acerca de las carreras de caballos, skating-ring, y otros asuntos más o menos transcendentales, relacionados con el sport.

No estará de más que con la mayor reserva diga yo aquí, para ilustrar á mis lectores, que la poetisa tenía, entre otros, un defecto que suele ser cosa corriente entre las hembras que agarran la pluma cuando sólo para la aguja sirven, es decir, la envidia. «Pues verán ustedes ahora continuó D. Marcos cómo armo yo el desenlace de tan estupendo suceso.

No, madrina, ¡no hay que afligirse! Vendré a ver a ustedes cada ocho días.

Pues es lástima contestó el vasco, mientras Lucía le miraba risueña . Harían ustedes una pareja, que ya, ya.... Ni escogidos. Sólo que la señorita.... Acabe usted suplicó Lucía, divertida hasta lo sumo y ocupada en quitar a una mandarina su cubierta de papel de seda. ¿Lo digo, señorito Ignacio? Artegui se encogió de hombros. Sardiola, creyéndose autorizado, se explayó.

«¿A que no me aciertan ustedes en dónde estoy? dijo el pobre demente . Me he caído del Cielo sobre un tejado. ¿Qué hace mi mujer ahí que no viene en mi socorro?». Pues señor, ¡bonita noche! repetía doña Lupe, echando un suspiro por cada palabra. Intentaron acostarle. Pero no fue posible. Se les escapaba de las manos, con viveza de niño, que a veces parecía agilidad de mono.

Al poco rato tuvo lugar una escena lamentable, y fué que D.ª María, ciega de furor, y necesitando desahogar aquella tormenta de su espíritu sobre alguien, descargó su enojo al fin; ¿pero sobre quién?, dirán ustedes... Sobre las dos inocentes niñas, sobre los dos angelitos celestiales, Asunción y Presentación. ¿Y todo por qué?