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¿Se enfada V., D. Jerónimo? Pues, como decía a ustedes, observé, que según los ensayos iban adelantando, crecía el ascendiente de Inocencio sobre nuestra amiga.

Mi enemigo, agarrado por todas las manos, me dirigió una mirada centelleante de cólera. Luego la cambió por otra irónica, y dijo con aparente sosiego: Vamo, señore, suerten ustedes, que no ha pasao na... Bofetá más o menos, ¡qué importa! Le soltaron, pero sin dejar de observarle con inquietud. Apareció completamente tranquilo.

Como notarán ustedes, he establecido mi residencia aquí en conformidad a los términos del testamento del pobre Blair, y aprovecho con agrado esta nueva oportunidad que se me presenta, de volver a encontrarme con ustedes. La fina impudencia de este hombre nos tomó de sorpresa. Parecía estar sumamente confiado y seguro de que su posición era inatacable e invencible.

Comprendo que ustedes los reporteros tengan deberes para con sus lectores y que, por lo tanto anden siempre a caza de noticias; pero, como soy enemigo de repeticiones, quiero que el diario que usted representa, por ser el de mayor importancia en el país, sea mi único portavoz en este asunto.

¡Se acuerdan ustedes de la Pallavicini! ¡Qué voz de arcángel! decía Foja, socarrón, escéptico en todo, pero creyente fanático en la música de los cuartetos de ópera de lance. ¡Oh, como el barítono Battistini, yo no he oído nada! respondía el escribano, que estimaba la voz de barítono, por lo varonil, más que la del tenor y la del bajo. Pues más varonil es la del bajo decía Foja.

No queriendo aparecer ni aun en sombra por la aborrecida calle de la Sal, busquéle allá por la Alcaldía de Casa y Corte, donde con toda seguridad pensaba encontrarle, y al punto que me vió... No, no es verosímil, no lo van ustedes a creer. ¿Necesitaré jurarlo? Pues lo juro: juro que es la pura verdad.

Ahora bien: como ustedes saben, señores, yo soy un buen muchacho; esa es mi profesión... Encontré, pues, un medio de anular cuanto antes mi matrimonio frustrado.

En este idioma nos preguntaron qué queriamos comer. Perdonen ustedes señores, no me atreví á llamarlos garçones; no somos italianos: somos gentes que querémos comer, y que agradecerémos á ustedes infinito que nos traigan pronto la lista de la fonda.

Porque, vean ustedes lo que es terrible en la vejez: cada año atrofia un nervio más en nosotros; y, cuando estamos por llegar a los cincuenta años, el trabajo y el reposo nos son igualmente mortíferos. Entonces estaban de moda las corbatas de color punzó; yo usaba, por lo tanto, una corbata punzó; usaba también zapatos puntiagudos, e hice poner forros de seda a mis trajes.

Pues este tío ha conseguío chalarme no por qué... por la labia, por la fachenda, por las mentiras... en fin, por lo que a ustedes no les importa.