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¿Parece que a ustedes no los ha dejado satisfechos la fiesta? dijo de pronto Melchor al terminar la comida. ¿Cómo no?... repuso Ricardo, hemos asistido a un espectáculo muy interesante; yo no hablo mucho porque estoy cansado con el galopón de esta mañana y el trajín de todo el día. ¿Y ?

Nosotros, por lo mismo que ambicionábamos poco, nos satisfacíamos al instante; pero ustedes, cuya ambición no conoce límites, no se satisfarán jamás.

Pesa próximamente.... ¿Cuánto dirán ustedes? ¿Quién puede saberlo? contestaron al par mis interlocutores. Calculen ustedes poco más ó menos. ¿Dos mil quinientos quintales? preguntó el compañero del brigadier. Más de cinco mil. Pesa muy cerca de veintitres mil arrobas. ¿Y esa columna es de una sola pieza? Una sola pieza. De otra manera no seria obelisco.

Yo quería... comenzó Krilov; pero el otro le interrumpió de nuevo: Naturalmente, no hay que tener pelo de tonto en su oficio de ustedes, y, además, es preciso que en la fisonomía no haya nada de extraordinario que llame la atención. He visto a un colega de usted en extremo desfigurado, con un ojo de menos... ¡Vamos, vamos! exclamó Krilov . No tengo tiempo que perder. No me ha respondido usted aún.

La levantaron, la prodigaron mil cuidados. Al recobrar el sentido brotó de sus ojos un raudal de lágrimas; no cesó de llorar en toda la tarde. Cuando la comitiva se puso de nuevo en marcha hacia la población aún seguía llorando. ¿Han visto ustedes qué vino más llorón tiene esta niña de Estrada-Rosa? decía riendo el capitán Núñez. La mascarada.

Hombre, ; pero no es una hora muy a propósito. Es que hemos cenado tarde y estábamos dando una vuelta dijo el extranjero no quisiéramos acostarnos tan pronto. ¿Por qué no van ustedes allí? dijo el sereno, señalando los balcones de una casa que brillaban iluminados. ¿Qué es lo que hay allí? preguntó Martín. El Casino contestó el sereno. ¿Y qué hacen ahora? dijo el extranjero. Estarán jugando.

»Más tarde, monseñor le contestó Carlos con voz dulce y sonrisa graciosa, que parecía querer desarmar el rigor que demostraba Teobaldo. Tenemos tiempo. »No repuso Teobaldo con dureza. Vengo a buscarte, a llevarte; necesitamos partir hoy mismo. »¿Y por qué razón? »Por una muy importante, que ya te explicaré. »No demoren ustedes por nosotros su conferencia, grave sin duda dijo el conde de Pópoli.

Durante algún tiempo no vi a lord Gray ni en la Isla ni en Cádiz, y cuando pregunté por él en su casa, el criado me negó la entrada, diciéndome que su amo no quería recibir a nadie. Ocurrió esto el día de la bomba. ¿Saben ustedes lo que quiero decir?

Era el que más le ofendía cada vez que intentaba darle buenos consejos. «Ustedes los periodistas, que son medio locos...» «Usted, que no hará nada en América porque es escritor...» Manzanares admiraba la brutalidad como la más grande de las facultades, y se hacía lenguas de un gobernante cuando amenazaba con perseguir a «la canalla popular».

Pues nosotras sabemos dónde estuvo usted hace media hora.... ¡Ah! No es difícil saberlo. Acabo de llegar, y ustedes me verían salir de casa.. ¿Oyes, Tere? ¡De... casa! Pues de allá salí hace una hora. ¿Conque de casa, eh? murmuró la morena. ¡De casa! Se miraron discretamente, y sonrieron.