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¿Han visto ustedes unas caras paradas, unos ojos mudos, unos corbatines siempre iguales, un vestido regular y uniforme, unos cuerpos ni elegantes ni mal vestidos, unos brazos que se balancean monótonos, siempre con la regularidad y compás de las aspas de un molino? ¿Saben ustedes que los hombres de esas señas hablen nunca nada que pueda ser referido, escriban nada que deba ser leído, hagan una acción digna de ser imitada?

Me voy; no he rezado el oficio, y es la horita del chocolate. ¿Ustedes gustan? El exclaustrado se iba; Sarmiento se componía la chistera y tomaba el portante, y Venegas se marchaba diciendo pestes de frailes y retrógrados.

Parece que una de las razones que alegó Gravina fue el mal tiempo, y mirando el barómetro de la cámara, dijo: «¿No ven ustedes que el barómetro anuncia mal tiempo? ¿No ven ustedes cómo baja?». Entonces Villeneuve dijo secamente: «Lo que baja aquí es el valor». Al oír este insulto, Gravina se levantó ciego de ira y echó en cara al francés su cobarde comportamiento en el cabo de Finisterre.

Sintió la muchacha como una ola de fuego que la envolvía desde la planta de los pies hasta la raíz del cabello, y después un leve frío que le agolpó la sangre al corazón. Borrén se aproximó a la amante pareja, abriendo las manos llenas de tierra y de fresas despachurradas. Ya me duelen los riñones de andar a gatas dijo . Podíamos merendar... si a ustedes no les molesta, pollos.

El gusto estético de la india rica ya lo han visto ustedes.

Vaya, me ha dicho don Pedro, mi principal, que suba usted mañana con su tío, que tiene que hablar con ustedes. ¿Para qué? Para saber si quiere usted ser cómica. ¡Yo artista! exclamó Cristeta con indefinible sorpresa. La misma que viste y calza. Es usted joven, guapa, tiene talento, voz, afición. Lo que es afición que tengo. Bueno, pues con estudiar un poco... En fin, suban ustedes mañana.

Ahí tienen ustedes el Gobierno de don Juan Manuel Rosas con facultades extraordinariasUna lluvia de aplausos siniestros y amenazadores ahogaba la voz del osado catedrático.

De esto y otras cosas parecidas quisiera yo hablar con usted cuanto antes. ¡Qué canástoles, hombre! ¿Tan urgente es el caso? Urgente, así en absoluto, no señor... Pues entonces, ¡qué demonio! empleemos la sobremesa en puntos de más enjundia... Deme usted alguna noticia más de las gentes de nuestro tiempo. Verbigracia, del famoso boticario... Yo, con permiso de ustedes, los voy a dejar.

Eso lo han inventado ustedes los clérigos... para turbar la paz de esta hora... de esta hora dichosa... Pero yo la he comprado demasiado cara para desprenderme de ella... Hubo otro largo silencio. El enfermo volvió a cerrar los ojos. Aparte de cierta extraña agitación en los dedos, su actitud tranquila confirmaba el sentido de sus palabras.

En alta voz, afectando una calma que estaba muy lejos de tener, le dijo: «Si tanta extorsión te cansa, no hay nada de lo dicho». No puedo, no puedo. Es un compromiso tan grande el que tengo... manifestó la Sánchez en el tono de quien corta una cuestión. Bueno, no te apures... Con que... ¿y cómo no han ido ustedes a baños? Este cambio completo en la conversación, puso a Rosalía sobre ascuas.