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»No puedo, como ministro del Señor, revelar las palabras de un moribundo, ni el secreto de la confesión; ¡pero le aseguro, y esta palabra debe bastarle, que creería ofender al Cielo si bendijese el matrimonio de ustedes! »Teobaldo salió, dejándonos consternados.

Kempis ni qué ocho cuartos!... Voy a hacer obras en el caserón. Voy a blanquear el patio y los pasillos, a empapelar el comedor y picar la piedra de la fachada. Verán ustedes qué hermosa queda la piedra amarillenta después que la piquemos. No quiero obscuridad, no quiero negruras, no quiero tristezas.

Si se descuida se le lanza de vez en cuando un par de miradas terribles, como diciendo al público: ¡Ven ustedes qué hombre! Esto es; de modo que el apuntador vaya tirando del papel como de una carreta, y sacándole a usted la relación del cuerpo como una cinta. De esa manera, y hablando él altito, tiene el público, el placer de oír a un mismo tiempo dos ejemplares de un mismo papel.

Al llegar aquí no pudo reprimir un gesto de disgusto. Don Laureano lo observó, y soltando la carcajada y poniéndole una mano sobre el hombro, exclamó: Pero ¡qué empeño tienen ustedes los maridos en que nadie admire a sus mujeres! ¿Por qué? Yo imagino que debiera ser lo contrario.

¡Pues me hace gracia!... ¡Valiente paladín le ha salido a la Elvirita!... ¿Y dónde han hecho ustedes su compadrazgo? Supongo que no será en el confesonario del padre Cifuentes. No, por cierto... La veo y la he sabido apreciar en casa de María Villasis, que es su amiga íntima.

Lo que es menos claro es lo que pasa con las solteronas llegadas. ¿Llegadas a qué? preguntó el cura abriendo los ojos interrogadores detrás de las gafas. Llegadas al pleno esplendor del celibato, a la completa y profunda posesión de su yo personal. ¡Vaya! si empiezan ustedes con eso del «yo personal» protestó la abuela, van a decir, ciertamente, muchas tonterías... Estamos perdidos.

Á todo esto, la polka había atravesado ya la frontera, y se establecía entre nosotros, no como un huésped, sino como un conquistador. Recordarán ustedes que había sombreros á la polka, y pantalones á la polka, enaguas á la polka y hasta natillas á la polka.

Ustedes, señores, tendrán que acampar por ahí fuera, cerca del fuego, de la mejor manera que puedan añadió, pues no hay otra habitación en la casa.

Don Bernardino sonreía. No tengan ustedes cuidado, señores, ya bajará el oro, porque el nuevo empréstito se hará, y muy pronto, más pronto de lo que todos imaginan.

La vida entre dos alcantarillas. ¿El mundo está perdido? Pues vámonos a vivir metiditos en un... inodoro. Y como esta palabra, si bien le parecía culta, no expresaba lo que él quería, sino lo contrario, añadió: En un inodoro... que es la antítesis así dijo de un inodoro. En fin, señores prosiguió ustedes defienden el absurdo y ahí no llega mi paciencia.