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Usted entonces se ha interpuesto en mi camino y me ha sacado de él y me ha extraviado. Ahora me zahiere, me burla, me acusa de liviano y de fácil: y al zaherirme y burlarme se ofende a propia, suponiendo que mi falta me la hubiera hecho cometer otra mujer cualquiera. No quiero, cuando debo ser humilde, pecar de orgulloso defendiéndome.

No cuente usted con el concurso de la justicia; su primer pensamiento será desconfiar y el segundo resistir á nuestros esfuerzos. Para nadie es agradable confesar que se ha equivocado y menos para la justicia, que, por profesión, no admite que pueda estar sujeta á error.

Así es que no me sorprendería encontrar uno de estos días, en el gran mundo, a mi zapatero, a mi sastre y hasta a nuestros proveedores de caballos. ¡No diga usted semejante cosa! exclamó con indignación muy noble la señora de Blandieres, protestando en nombre de todas las señoras que, como ella, hacían profesión de tener salón abierto.

Amigo, hágame el favor de traer pluma y papel... Espere; deme la medicina, esos polvos amarillos... ¿cuáles?, no ... Pero deje, deje, que me tiene que escribir una carta. Ninguno, ¿ya para qué?... Ándese pronto, que me voy... que me muero. ¡Que se muere! Vamos... no bromee usted. Don Plácido, si no me sirve para esto, llamaré a otra persona.

Veo que eres más tonta que hecha de encargo dijo Golfín riendo . Ahora vas a ser franca conmigo. ¿ me quieres mal? No, señor, yo no quiero mal a nadie, y menos a usted que ha sido tan bueno conmigo y que ha dado la vista a mi amo. Bien: pero eso no basta: yo no sólo deseo que me quieras bien, sino que tengas confianza en , y me confíes tus cosillas.

Bajó á la cocina, tomó una vasija y se fué derecha al establo. Pero allí ¡oh sorpresa! se encontró con que el tío Goro ya se le había anticipado. Padre, ¿por qué se ha levantado usted? Hija respondió Goro gravemente, hoy es el día de la Virgen y tendrás demasiado que hacer.

D. Álvaro hizo una mueca de desdén, y levantándose de la silla con señales de impaciencia, tendió la mano al sacerdote. Señor excusador, nuestra conversación, si se prolongase, podría convertirse en disputa. Siempre es mala educación disputar con las personas que vienen a visitarnos, pero en este caso, tratándose de un sacerdote, sería una verdadera ofensa. Diga usted cuanto se le ocurra, señor.

Canterac quiso mostrarse bondadoso y aceptó las excusas del oficinista, dándole unas palmaditas en la espalda. No he podido dormir en toda la noche, querido Moreno. Tengo un proyecto y quiero consultarlo con usted. Necesito aplastar á ese intrigante que se atreve á medirse conmigo... Aquí todos se consideran iguales, como si se hubiesen suprimido en el mundo las jerarquías.

Bueno, bueno. Déjese de eso ya: a lo hecho, pecho. Esto de matrimonios, sólo lo ata y lo desata el de arriba. ¿Y quién sabe si saldrá muy bien, a pesar de todos mis agüeros y mis necedades? Porque ¿quién soy yo sino un cegato, un miope? ¡Bah! Esto es como lo que pasa con el microscopio. Mira usted una gota de agua a simple vista ¡y parece tan clara!, vamos, que dan ganas de bebérsela.

La anciana se fue a la cocina para traer vasos, y aprovechando esta circunstancia, Reginaldo se puso de pie, cerró rápidamente la puerta, y, volviéndose a Hales, le dijo en voz baja: Queremos conversar reservadamente con usted unos cinco minutos. ¿Reconoce usted ésto? añadió, sacando la fotografía y poniéndosela por delante al anciano. ¡Es mi casa! exclamó sorprendido. ¿Pero qué hay con eso?