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Y tolo mundo pile pilestalo y no pagalo, ¿cosa ese? y contaba con sus dedos armados de largas uñas, impelealo, opisiá, tinienti, sulalo, ah, siño Simoun, ¡mia pelilo, mia hapay! Vamos, menos quejas, decía Simoun; yo le he salvado de muchos oficiales que le pedían dinero... Yo les he prestado para que no le molesten á usted y sabía que no me podían pagar...

El señor Baltet escribe con todas sus letras: «Espero que tendré pronto una gran confidencia que hacer a usted, confidencia a que tiene derecho, puesto que está usted un poco en el fondo del secreto que me interesaGenoveva me ha dado broma sobre esto.

El espíritu de usted es recto por naturaleza y está sano: pero yo advierto en el Himno insanos extravíos y disparatadas disonancias. No extrañe usted que lo atribuya á la vaga lección de malos libros franceses, de los que están de moda, de cuyo pesimismo, naturalismo falso y caprichosa impiedad, se hace usted eco. Usted, de por , sería como Dios manda.

Tenga usted paciencia, Rorró, me decía Angelina, vaya usted a la iglesia y pídale a la Virgen amparo y protección. Entonces recordé estas palabras de la doncella, palabras que resonaron detrás de como si ella me hablase al oído. Enfrente estaba el templo. Desde la calle veía yo la humilde lamparita del Sagrario. Me encaminé hacia la iglesia. Entré en ella. Estaba obscura.

Estoy entusiasmado, y me parece que antes de venir al ejército era yo un zoquete. Cabalmente recuerdo que he pensado alguna vez en eso que usted me dice ahora...; ..., allá, cuando iba a misa con mi madre a las Dominicas. Estas cosas, D. Diego, son la vida añadió Santorcaz ; son la juventud y la alegría.

Hace tiempo que no me miro al espejo, por no llorar recordando mi perdida juventud.... Y luego, mi historia, mi horrible historia. ¿Cómo podía figurarme que usted... digo, que , leerías tan claramente en mi pensamiento?

Encendióse el jurisperito, se irguió en la poltrona, se compuso las gafas, y mirándome por encima de los cristales me dijo desdeñosamente: ¡Bien! ¡Bien! Y... sepamos, ¿qué empleo es ese? ¿Va usted a meterse a maestro de escuela? No, señor. Pues, entonces? Voy a la hacienda de Santa Clara....

Yo me caso, me caso, y me caso, porque soy dueño de mis actos, porque soy mayor de edad, porque me lo dicta mi conciencia, porque me lo manda Dios; y si usted lo aprueba, ella y yo le abriremos nuestros amantes brazos y será usted nuestra madre, nuestra consejera, nuestra guía...».

¿Pero a usted qué le importa?... Deje al Sr. de Ponte Delgado que me ponga los motes que quiera.

En el momento más grave de mi vida, cuando se estaba decidiendo mi salvación ó mi pérdida, juré dedicarme á Dios si me permitía volver á mi familia y á mi país y probar mi inocencia. Dios me oyó y ya no me pertenezco. Me entrego al que después de haberme castigado justamente, tuvo piedad de . Perdón, miss Maud. Si una mujer podía realizar la obra que usted había soñado, esa mujer es usted.