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FERRANDO. Y que está tan enamorada de aquel trovador que en tiempos de antaño venía a quitarnos el sueño por la noche con su cántico sempiterno. GUZMÁN. Y que viene todavía. JIMENO. ¿Cómo! ¿Pues no dicen que está con el Conde de Urgel, que en mala hora naciera, ayudándole a conquistar la corona de Aragón? GUZMÁN. Pues a pesar de eso...

Reinando en Córdoba Abde-r-rahman brillaban en otras iglesias doctores muy insignes, como Eterio en Osma, Beato en Liébana, Félix en Urgél, Elipando en Toledo, etc., etc.; y en el oscuro horizonte de la afligida iglesia de Sevilla empezaba á amanecer la estrella de Juan Hispalense.

Escribí en nombre de su ilustrísima á ese capellán de la Seo de Urgel para que recomendara la candidatura del señor conde á su hermano el estanquero de Romeral. Hasta ahora no se ha recibido contestación. Suplicándole muchísima reserva, le diré que hemos tocado también la tecla del gobernador, el cual, á pesar de ser un republicano desorejado, ha respondido admirablemente.

Su Morón, al lado del gracioso Polilla del español, es un bufón vulgar y sin chiste; su Eurialo, el conde de Urgel de Moreto, desempeña su papel de enemigo del amor despojado de todas las circunstancias accesorias, que lo hacen verosímil en el original, y de una manera tan insípida, que necesariamente ha de infundir el fastidio en cuantos conozcan la comedia española.

MANRIQUE. Muy pronto fiel me verás, Leonor, mi gloria, cuando el cielo victoria a las armas del de Urgel. Retírate... viene alguno. LEONOR. ¡Es el Conde! MANRIQUE. Vete. LEONOR. ¡Cielos! MANRIQUE. Mal os curasteis mis celos... ¿Qué busca aquí este importuno? MANRIQUE y DON NU