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Y así se hizo quince días después. No es cosa averiguada enteramente si la fiesta causó en la opinión pública todo el efecto que la marquesa había soñado; pero no tiene duda que concurrieron a su casa aquella noche muchas y muy distinguidas gentes; que bailaron mucho y que devoraron mucho más; que hubo hiperbólicas ponderaciones, en variedad de tonos y estilos, para la casa y para sus moradores, por el buen gusto, por la riqueza, por lo de los salones y por lo del comedor; que al día siguiente soltaron en los papeles públicos los cronistas obligados de fiestas como aquélla, toda la melaza de su trompetería de hojaldre, para declarar, urbi et orbi, que los marqueses de Montálvez eran los más ricos, los más distinguidos, los más amables marqueses de la cristiandad y sus islas adyacentes, y su hija, la joven más bella, más espiritual y más elegante que se había visto ni se vería en los fastos de la humanidad distinguida, es decir, del «buen tono»; en virtud de todo lo cual, aquel baile debía repetirse para gloria de la casa, ejemplo de otras por el estilo, y recreo de la encopetada sociedad madrileña; y finalmente, que se contaron por miles los duros que costó aquel elegante jolgorio, y que el marqués tuvo necesidad de meter, por segunda vez, la cuchara en la olla grande para pagarlos, por los consabidos temores a la usura y las propias repugnancias a las deudas.

Hasta tuvo la desvergüenza de decir que el asilo de ancianas de los Cuatro Caminos era obra suya. Los circunstantes se miraban unos a otros con estupor y se murmuraban al oído juicios poco lisonjeros sobre el estado intelectual del orador. Cuando apuró la lista de sus méritos y se proclamó urbi et orbi el primer hombre de la nación, principió a desatarse contra sus enemigos.

Pues habéis de saber dijo Dantchari que José Cacochipi, el hijo menor de André Anthoni la confitera, ha sido conocido siempre, urbi et orbe por el apodo de Joshé Cracasch. Este apodo lo tenía muy merecido porque Joshé era hace años, y aun hace meses, el mozo más abandonado de la ciudad y de los contornos; así que todo el pueblo, némine discrepante, lo apodaba Cracasch.