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Los muros del Palacio eran de coral; los árboles tenían esmeraldas por hojas, y rubíes por fruta; las escamas de los peces eran plata, y las colas de los dragones, oro. Piensa en todo lo más bonito, primoroso y luciente que viste en tu vida, ponlo junto, y tal vez concebirás entonces lo que el Palacio parecía. Y todo ello pertenecía a Urashima.

Y ¿cómo no, si era el yerno del dios de la mar y el marido de la adorable Princesa? Allí vivieron dichosos más de tres años, paseando todos los días por entre aquellos árboles con hojas de esmeraldas y frutas de rubíes. Pero una mañana dijo Urashima a su mujer: Muy contento y satisfecho estoy aquí.

El hombre contestó: ¿Urashima? ¿cómo preguntas por él, si hace cuatrocientos años que desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los nietos de sus hermanos, ha siglos que murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco debes de estar cuando buscas aún la tal choza. Hace centenares de años que era escombros.

Gritaba él en balde a la nube que se parase. Entonces recordó con tristeza lo que su mujer le había dicho de que, después de haber abierto la caja, no habría ya medio de que volviese él al Palacio del dios de la mar. Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni correr, hacia la playa, en pos de la nube.

VIVÍA muchísimo tiempo hace, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo. Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez de coger un pez, ¿qué piensas que cogió? Pues bien, cogió una grande tortuga con una concha muy recia y una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy raro.

De súbito acudió a la mente de Urashima la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares, con sus muros de coral y su fruta de rubíes, y sus dragones con colas de oro, había de ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año en este mundo, y que sus tres años, en compañía de la Princesa, habían sido cuatrocientos.

El arroyuelo, que corría junto a la choza de su padre, seguía corriendo: pero ya no iban allí mujeres a lavar la ropa como antes. Portentoso era que todo hubiese cambiado de tal suerte en sólo tres años. Acertó entonces a pasar un hombre por allí cerca y Urashima le preguntó: ¿Puedes decirme, te ruego, donde está la choza de Urashima, que se hallaba aquí antes?

De nada le valía, pues, permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y amigos habían muerto, y donde hasta su propia aldea había desaparecido. Con gran precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volverse con su mujer, allende los mares. Pero ¿cuál era el rumbo que debía seguir? ¿quién se le marcaría?

Bueno será que sepas una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años: al menos las japonesas los viven. Urashima, que no lo ignoraba, dijo para : Un pez me sabrá tan bien para la comida y quizás mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel.

Prometió Urashima tener mucho cuidado con la caja y no abrirla por nada del mundo. Luego entró en su barca, navegó mucho, y al fin desembarcó en la costa de su país natal. Pero ¿qué había ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había sido de la aldea en que solía vivir? Las montañas, por cierto, estaban allí como antes: pero los árboles habían sido cortados.