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Nuestras galeras se recogieron todas á la Roqueta, y otro día por la mañana echaron gente en tierra para hacer agua; y como los de la isla habían descubierto las galeras el día antes, acudió mucha gente de pie y caballo: pusiéronse en unos palmares allí cerca. El Visorrey tenía en tierra hasta 3.000 hombres, y hecho el escuadrón, mandó salir arcabuceros que fuesen á escaramuzar con los enemigos.

Dos días después de su llegada, se presentaron el embajador y su séquito en las Casas Consistoriales, siendo recibido con ceremonia por los veinticuatros y el Asistente, el cual recogió la carta de que era portador Fraxecuera Rocuyemon, mediando frases de cumplido y diplomacia entre unos y otros por medio del padre Sotelo, que hacía de intérprete.

Muchas palabras de comedimiento y muchos ofrecimientos pasaron entre don Quijote y don Fernando; pero a todo puso silencio un pasajero que en aquella sazón entró en la venta, el cual en su traje mostraba ser cristiano recién venido de tierra de moros, porque venía vestido con una casaca de paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de lienzo azul, con bonete de la misma color; traía unos borceguíes datilados y un alfanje morisco, puesto en un tahelí que le atravesaba el pecho.

Los codos de los unos, por secreto y fatal impulso, iban derechos a los ojos de los otros. El sujeto pasivo de tales caricias llevaba inmediatamente la mano al lugar del contacto, y solía exclamar ásperamente: «¡Bárbaro! ¡Ya podía usted...!» Pero un enérgico chiis chiis de la muchedumbre le obligaba a matar en flor su discurso. Y volvía a imperar el silencio.

Cuántas joyas ¿eh? murmuraba con entusiasmo Goicochea. Esto sólo se ve en este país. Aquí hay religión y riqueza. El doctor pensaba involuntariamente en el sucio y doliente rebaño de las minas, calculando en cuánto habría contribuido su miseria á aquellos regalos inútiles, colocados por la fe y la ostentación de unos pocos, sobre un madero tallado.

Luces había pocas y mortecinas. Un mal espejo les servía para dos fines; para verse muchos siendo pocos, y consolar de esta manera el ánimo afligido, y para decirse de cuando en cuando unos a otros: «Mírese Su Excelencia en ese espejoPorque es de advertir que se daban todos unos a otros dos cosas, a saber: las buenas noches y la excelencia.

Murió pobre, y dejó una familia de pueblos. México tenía mujeres y hombres valerosos que no eran muchos, pero valían por muchos: media docena de hombres y una mujer preparaban el modo de hacer libre a su país. Eran unos cuantos jóvenes valientes, el esposo de una mujer liberal, y un cura de pueblo que quería mucho a los indios, un cura de sesenta años.

Ferragut asimilaba estas exaltaciones del cocinero á su ligereza de ropa en todo tiempo. Ardía en su interior un fuego incesantemente renovado. En los días brumosos subía al puente con unos vasos de bebida humeante que él llamaba calentets. Nada mejor para los hombres que habían de pasar largas horas á la intemperie, en inmóvil vigilancia.

Y cumplió la orden, haciendo un gran esfuerzo sobre misma. Descansó unos momentos contra la pared, pasose la mano por la frente y se encaminó con paso rápido hacia su casa, seguida de la doncella, que no había podido obtener respuesta a ninguna de sus preguntas. Aunque se sentía muy mal, se empeñó en esperar a su padre.

Aquel perfume de harapo lo respiraban muchas mujeres hermosas, unas fuertes, esbeltas, otras delicadas, dulces, pero todas mal vestidas, mal lavadas las más, mal peinadas algunas. El estrépito era infernal; todos hablaban a gritos, todos reían, unos silbaban, otros cantaban.