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Y el que fué šembrado en ešpinas,^ ešte es el que oye la Palabra: mas la congoxa dešte šiglo, y el engaño de las riquezas ahoga la palabra, y hazeše šin fruto. Mas el que fué šembrado en buena tierra, ešte es el que oye y entiende la Palabra, y el que lleva el fruto: y lleva uno

Los que habitan todavía la América, retrocediendo y huyendo siempre, no tienen ánimo para ninguna empresa. No ha mucho que un viajero encontró uno de esos animalillos que, tierra adentro, muy adentro, hacia los altos lagos, emprendía de nuevo, si bien con timidez, su oficio, quería fabricar el hogar de la familia, cortaba madera.

Lo mejor que hay es esconder el dinero en una pared vieja o en un árbol hueco. ¡Los que así lo hagan no darán de comer al notario! La asamblea en pleno protestó de la ingenuidad de aquel buen hombre que enterraba en flor sus escudos, sin hacerlos producir. Quince o diez y seis exclamaciones se elevaron al mismo tiempo. Cada uno expuso su opinión, descubrió su secreto, cabalgó en su Clavileño.

El español es bravo y patriota, y lo sacrifica todo, en favorables momentos, al bien de la Patria: tiene el arrojo y la decisión de su toro; el filipino no ama menos la suya, y aunque es más tranquilo, pacífico y difícilmente se le excita, una vez que se lanza, no se detiene, y para él toda lucha significa la muerte de uno de dos combatientes; conserva toda la mansedumbre y toda la tenacidad y la furia de su karabaw.

Barragán, Escudero y Tristán hablaban en voz baja espiados por la tabernera y el chico que mostraban en su rostro inquietud. Aquella conferencia misteriosa de cuatro señores en su tienda y sobre todo la traza de bandido que uno tenía les intrigaba. Quizá se les pasara por la mente que estaban fraguando un crimen.

Era la carátula más grotesca que imaginarse puede, pues uno de los lados de su rostro parecía calabaza, y era tal el peso, que no separaba de aquella parte la mano. El Majito se metió de un salto en la tienda de la Sanguijuelera. Esta solía mimarle y le obsequiaba unas veces con piñones y otras con azotes. «Hola, lagartijilla, ¿ya estás aquí?... No enredes en la tienda, porque vas a cobrar.

El uno de ellos era cirujano, Grandísimo filosofo y latino, Mostraba ser en obras muy cristiano, Que yo traté con él muy de contino. El otro era mancebo cortesano, En mi nave de Santos este vino; Entrambos se quedaron en la costa, Que les hace en comer el Rey la costa.

7 Entonces lo medité para conmigo, y reprendí a los principales y a los magistrados, y les dije: ¿Tomáis cada uno usura de vuestros hermanos? Y convoqué contra ellos una gran asamblea.

Dios puede crear el uno, sin crear el otro: aquí puesta la existencia del primero, y la negacion del segundo: Dios puede dejar de conservar el primero, y crear el segundo: aquí la existencia del segundo y la negacion del primero: aquí un antes y despues, una sucesion en la existencia.

Oh, ¡y qué bueno debe de ser estar muerta! calculaba Lucía . Don Ignacio tenía razón en decir que... que no hay felicidad, vamos. ¡Si uno supiese lo que le aguarda en el otro mundo! ¡Dónde andará ahora el alma de ese cuerpo que está ahí! ¡Y de qué servirá morirse, si al fin no deja uno de existir y de acordarse de todo cuanto le pasa!