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Uno de esos grandes artistas, de esos creadores, de esos personajes de la historia; uno de esos grandes obreros del gran taller, del taller cristiano, es el modesto, el retirado, el humilde, el glorioso Horacio Vernet.

Una ternura conmovedora se apoderó de la asistencia. Cada uno se rascaba los chichones o se arreglaba los rasguños del traje, mirando amorosamente al vecino. Argentinos y chilenos cruzaban as copas con ruidosa fraternidad. ¡No más Andes! ¡Ellos solos se bastaban para comerse el mundo! Y súbitamente coligados, miraban a los demás fieramente. ¿Y qué decían los demás? preguntó Ojeda.

Por la tarde el doctor tomó en su casa dos frascos, uno de cabida como para treinta gramos, y otro muy pequeño: llenolos ambos de agua clara, y, sin añadir nada al primero y mayor, vertió en el segundo una materia inofensiva, que dio al agua transparente un color amarillo tan brillante, que puesto el vidrio al trasluz, parecía contener oro líquido.

Eso dijo uno un día, señalando al perro con una vuelta de cabeza, no sirve más que para bichitos... El dueño de Yaguaí lo oyó: Tal vez repuso, pero ninguno de los famosos perros de ustedes sería capaz de hacer lo que hace ese. Los hombres se sonrieron sin contestar.

Se les dejaba concurrir a los bailes de Villahermosa o de candil, según las aficiones de cada uno. Pero en lo que no hubo variación fue en aquel piadoso atavismo de hacerles rezar el rosario todas las noches. Esto no pasó a la historia hasta la época reciente del traspaso a los Chicos.

Contábase que en uno de estos almuerzos al cual asistía un príncipe extranjero, ofendida la joven al fin por el lenguaje que se tenía en su presencia, había abofeteado a uno de los convidados; algunos pretendían que había sido a su mismo marido, otros que al mismo príncipe.

Encontrada aquella y es de advertir que se la encuentra siempre el amang-cruz entrega á su padre una bandeja adornada de flores. Entre estas se coloca una cajita, en cuyo fondo se ponen dos monedas de plata, cuyos bustos resulten mirándose el uno al otro.

El niño no cree porque todos creen; por el contrario, todos los niños creen porque cada uno cree; la creencia individual no nace de la general; antes bien la general se forma del conjunto de las creencias individuales: no es natural porque es universal, sino que es universal porque es natural.

«Está bien; pronto levantarás bandera de parlamento», me digo; y espero la respuesta, que ha de dar lugar a una buena escena, muy conmovedora, con abrazos, lágrimas de alegría, y todo el aparato escénico del caso... Porque uno se hace terriblemente vanidoso, señores, cuando tiene el portamonedas bien provisto.

No, hombre.... Esos son solaces a la alta escuela y por todo lo fino, que no le quitan a uno el sueño.... Es... una cigarrera. ¡Hola... picarón! ¿Esas tenemos, y tan calladito? Usted mismo me la enseñó y me habló de ella.... La chica del barquillero. Borrén chasqueó la lengua contra el paladar.