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Las descripciones leídas de otras desgracias; la muerte imprevista; el mundo que desaparece; la familia; los amigos; el natural arrepentimiento del viaje; las personas que nos esperan; la fiesta frustrada; el instinto que clama por la conservación; el alma que condensa todo su poder, todas sus facultades para el instante supremo, y que, despidiéndose de misma, se dice: «aquí era la muerte.....»; todo esto y mil nimiedades que no cómo caben en aquella situación extrema, mil ideas frívolas, unidas á otras muy solemnes y graves, la muleta, la mano cortada, lo que será uno sin dientes, la cuestión de la inmortalidad del alma, lo que dirá fulana cuando sepa lo sucedido, cómo llegará la noticia al hogar paterno, y un punto de conformidad cristiana, y una mirada al cielo, y la tranquilidad más estoica, y el miedo más miserable: todo eso y mucho más, resumido en una idea multiforme, súbita, luminosa, intuitiva, llenaron aquellos cuatro segundos, abreviatura y término de la existencia.

Sin embargo, no pudo sustraerse, por más que hizo, a un dolor vivo y agudo y a un abatimiento que postró todas sus fuerzas. No es lo mismo la persuasión más o menos fundada de que la mujer querida no le corresponde a uno, que verlo confirmado por un hecho material y tangible.

Para que los transeuntes no pudiesen registrarlo había visillos que, a más de ser de lo más ordinario y barato en el género, ofrecían la curiosa circunstancia de ser el uno demasiado largo y el otro tan corto que le faltaba cerca de una cuarta para tapar por completo el cristal de abajo.

¿Cómo, con tales prendas, Clementina no tenía pretendientes y se disponía á la ingrata tarea de vestir imágenes? Fortunato daba la explicación en pocas palabras: "Produce cierta inquietud y malestar, decía; ¡le parece á uno que está haciendo la corte á un hombre!"

En suma, Echeloría y Mutileder eran dos personas ilustres y dignas de serlo por su mérito. Apenas se vieron, se amaron... ¿Qué digo se amaron? Se enamoraron perdidamente el uno de la otra y el otro de la una.

Esta asignación se les rebajó a ambos religiosos, señalando a cada uno 200 pesos por real cédula de 5 de octubre de 1778.

29 con cada uno de los siete corderos una décima; 30 un macho cabrío, para reconciliaros. 2 Y ofreceréis holocausto por olor grato al SE

Con los nombres anteriores los tagalog tenían la base para la numeración decenal. Del mismo modo que para nombrar 7, 8, 9, se sobreentendía diez al decir, menos tres dos ó uno, así también, para decir 11 á 19 se decía más uno, más dos, etc., etc., sin decir diez.

La noticia causó honda impresión en la vega; curas y alcaldes pusiéronse en movimiento para evitar tal vergüenza.... ¡Uno del distrito sentándose en el cadalso! Y como Barret había sido siempre de los dóciles, votando lo que ordenaba el cacique y obedeciendo pasivamente al que mandaba, se hicieron viajes á Madrid para salvar su vida, y el indulto llegó oportunamente.

Ora llaman la atencion las preciosas joyas, los encajes, los primorosos abanicos, las esculturas en yeso y madera, las hermosas bandas, las caprichosas polainas, las mantas, capas y chaquetas ó chaquetones de uso popular, los jaeces raros, los pellones de monturas, los bellos tapices y las alpargatas de todas formas; ora se interesa uno en observar las armas de fabricacion indígena, desde la navaja casi microscópica hasta el gran puñal morisco, el sable de estilo toledano y la fabulosa y temible navaja de tres cuartas de longitud que asusta por ámbas extremidades.