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El que usted haya encontrado á Clara; el que ella sea bonita, por donde juzga V. que no debe casarse con D. Casimiro ni ser monja, y el que tenga V. más de cuatro millones, no son cosas que de su voluntad de V. han dependido. Para V. son casuales, aunque por Dios estuviesen previstas y preparadas, como lo está cuanto ocurre en el universo. Vamos, señora, no apure V. mi paciencia.

El telescopio á medida que se perfecciona, extiende los límites del universo, y parece caminar á lo infinitamente grande; la perfeccion del microscopio siguiendo la direccion opuesta, parece caminar hácia lo infinitamente pequeño. ¿Dónde están los límites? Es probable que el encontrarlos no es permitido al débil mortal, mientras habita sobre la tierra.

10 Porque has guardado la Palabra de mi paciencia, yo te guardaré de la hora de la tentación, que ha de venir en todo el universo mundo, para probar los que moran en la tierra. 11 He aquí, que yo vengo presto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona.

No es el genio del Universo, no es el Espíritu del Macrocosmos el que se aparece a Fausto. El que cede a su evocación y se le aparece es sólo el espíritu de este nuestro pequeño planeta.

Contra los ensueños mundanos comprendo que venciesen en su alma de usted las imágenes devotas; pero temo que las imágenes devotas no habían de vencer a las mundanas realidades. Pues no lo tema Vd., señora replicó don Luis . Mi fantasía es más eficaz en lo que crea que todo el universo, menos Vd., en lo que por los sentidos transmite. Y ¿por qué menos yo?

Así lo piensan los defensores de las causas ocasionales; y á esto viene á parar tambien la armonía prestabilita de Leibnitz, en la cual todas las mónadas que constituyen el universo, son como otros tantos relojes, que aunque independientes los unos de los otros, andan acordes con admirable precision.

No habrá mas razon para existir el universo, que para no existir: ser y nada serán indiferentes: y no se concibe, por qué ha debido prevalecer la existencia. Para la nada, es evidente que no se necesita nada; ¿por qué pues no hay una nada absoluta y eterna?

¡Y así, al choque de tanto oro iba desapareciendo ante mis ojos, como humo, la belleza moral del Universo! Se apoderó de una inmensa tristeza mística. Caí sobre una silla, y con el rostro, entre las manos, lloré copiosamente. Al poco tiempo la viuda de Marques abrió la puerta, toda vestida de seda negra. ¡Le estarán esperando para comer!

Y así, mientras se hallaba en el tablado, ocupado en la tarea de esta vana muestra de expiación, se vió Dimmesdale sobrecogido de un gran horror, como si el universo entero estuviera contemplando una marca escarlata en su seno desnudo, precisamente encima de la región del corazón.

El barón le suplicó por todos los santos del cielo que fuese a París, único teatro capaz de aplaudirla dignamente, en vista de que los bravos franceses resuenan en todos los ámbitos del universo, llevados por su bandera tricolor.