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Entonces se mostró con bárbara grandeza el coraje de aquel hombre. Hizo que calentasen en una hoguera el peto y el espaldar de una coraza, y cuando las dos planchas de acero estuvieron al rojo blanco, ordenó que se las aplicasen al mismo herido con unas tenazas. Negábase el cirujano a esta horrible curación, pero él le amenazó con la horca para que obedeciese.
Teresa se llamaba mi madre, y la veneracion y el respeto que debo á ese nombre, me decidieron repentinamente. Tiré del brazo á mi compañera, que comprendió luego mi intencion y aprobó mi idea con alegría, porque siente hácia mi buena madre el mismo respeto que yo. Comimos una sopa, dos platos de carne, uno de pescado, otro de verdura y unas fresas.
No pasaba todavía el hijo del boticario de ser un tertuliano satisfecho y un amigo diligente y afectuoso de los señores de Bermúdez, para andar con ellos por los caminos trillados en que se le ponía para que anduviera; pero esto solo, que en absoluto parece tan poca cosa, en un hombre como él acusaba unas modificaciones internas de mucha hondura.
El tiempo es un médico que se pinta solo para curar estas cosas; y todavía he de ver yo a mi amiga más contenta que unas Pascuas, sin acordarse para nada de lo que tanto la aflige hoy. Y pronto, muy pronto... Y es preciso distraerse. ¿Sabe usted jugar al tresillo? ¿Yo? No sé más que el tute. Ese quiso enseñarme el tresillo; pero nunca lo pude aprender. No sabe usted bien lo torpe que soy.
Unas voces ásperas, carrasqueñas, desentonadas y gangosas hacian que en mal articulados sonidos la bóveda resonara, parecidas á la voz de los animales cerdudos que en las llanuras de la Mancha responden al corvo y agudo instrumento que los llama. Tapábase los oídos; mas tuvo luego que taparse ojos y narices, quando vió que entraban en el templo unos zafios con palas y azadones.
Sabía que el notario había llenado todas las formalidades y que mi papel en la ceremonia consistía en ir a la cabeza del cortejo y en dar las gracias a los asistentes en nombre de la familia. Me vestí, pues, de negro, como lo requerían las circunstancias y me fui a la casa mortuoria en unas disposiciones muy poco fúnebres, mal que pesara a la pobre solterona.
La Marquesa de Oreve está todavía en Vaucresson por unos días; Máximo se ha marchado ayer a Bélgica para dar unas conferencias, y el señor Lautrec se va muy pronto a no sé qué lejanas regiones, en las que parece que se estará dos o tres años. Lo echaremos de menos, porque es amable y alegre. La de Grevillois y su hija han vuelto a su cuartito de la calle de Verneuil.
Lo encontré buscando nidos hace treinta y cinco años. Un día me hallaba en la peña, y yo había visto salir de allí muchas veces un búho de gran tamaño con la hembra, dos pájaros magníficos, con la cabeza gorda como mi puño y unas alas de seis pies de ancho, cuando oí gritar a las crías y me dije: «Están cerca de la caverna, en el extremo del terraplén.
TERNERA EN RAJAS. Tómense unas rajitas finas de ternera, sazónense de sal y zumo de limón; se bañan en manteca de cerdo y se envuelven en pan rallado, que se tendrá mezclado con perejil y queso muy picado; se colocan en una cacerola y se meten al horno.
Como él no hay otro en la Guardia Blanca. ¡Que cante, que cante! ¡Alto ahí! dijo entonces el capitán Golvín. Para entonar unas trovas como Dios manda nadie mejor que el mocetón éste. Y al decirlo puso la mano en el hombro de Tristán. Muy cierto es, que á bordo del galeón parecía rugir la tempestad cuando él cantaba "Las campanas de Milton." Ó "La Molinera de York." ¡Anda, Tristán!
Palabra del Dia