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Aresti pasó más de una hora de botica en botica y de café en café, solicitado y arrastrado por muchos que le conocían, llamado allí donde guardaban un herido, esforzándose por curar de primera intención, con los medios que tenía á su alcance, á todos los infelices que en brazos de la muchedumbre iban después hacia el hospital.

Estos al principio llegaron á la nacion de los Samocosis, que tenia maiz, cazave y otras raices semejantes, y una fruta como avellanas, llamada mandubí, con pesca y caza. Los indios andan desnudos, y traen en los labios una piedrecilla azul, á modo de dado: la indias, de la cintura á la rodilla andan cubiertas.

Situada entre los repliegues de una cordillera, en valle pintoresco y dilatado, circundada de risueñas colinas y de montes altísimos, Villaverde, como la isla de Calipso, goza de una constante primavera. No agotan calores estivales la mullida grama de sus dehesas, ni los vientos glaciales del Citlaltépetl marchitan la exuberante lozanía de sus florestas.

Hacer aquí un extracto de juicios y opiniones de otros, no nos parece bien, y no se aviene además con la condición de nuestra tarea, que ha de ser breve, no ha de abarcar en su totalidad a Goethe y sus obras, y ha de concretarse a una: el FAUSTO. Sin embargo, aunque no publicamos el FAUSTO completo, sino la primera parte, no es posible hablar de ella sin hablar de la segunda, ni es posible tampoco hablar de todo el poema sin dar alguna noticia sobre el ingenio, los estudios, la índole y demás prendas del autor de dicha obra, la más importante, sin duda, de cuantas Goethe compuso, y aquella por la cual vino a ser más ilustre, y a merecer más alabanzas y aplausos en todas las naciones civilizadas.

Fermín era una prolongación de la Compañía que llegaba hasta ella. Sentía una amarga decepción de enamorada, al no poder pasar en la casa residencia del salón de visitas.

Un pedazo de su carne asomaba fuera de la concha como una lengua blanca. En unos tomaba la forma de suela y servía de pie, marchando el molusco, con la vivienda á cuestas, sobre este único sostén. En otros era nadadera, y la concha, abriendo y cerrando sus valvas como una boca propulsora, subía en línea recta á la superficie, para dejarse caer luego con los dos escudos apretados.

Continúa la campiña paniega, verde a trechos, a trechos negruzca. La tierra se dilata en ondulaciones suaves de alcores y recuestos. En Villaluenga asalta el coche un tropel de fornidos mozos rasurados, mofletudos, en mangas de camisa. ¡Una perrilla para los quintos de Villaluenga! gritan, y alargan una gorra ante los viajeros. Le piden también a las viejas; pero éstas se niegan a dar nada.

JUDÍAS ESTOFADAS. Remojadas las judías, se ponen en una olla con agua fría, cebolla, perejil, pimentón, ajos, un poco de aceite y otro poco de manteca, dejándolas cocer a fuego lento. Se fríe un rebanada de pan y unas cuantas judías; se aplastan y mezclan con las judías, sazonándolas bien.

¡Qué tiene eso! Dice que si ya tienes novio. La doncella se estremeció de pies a cabeza, se encendió como una amapola, y bajó los ojos avergonzada. ¡No!... ¡no!... repitió entre dientes. Ya lo ve usted, tía. ¡Qué malos ratos le hacemos pasar a esta buena niña!... Oyóse el repicar de una campanilla. Tía Carmen llamaba. En esto encontró la doncella su salvación.

O bien como una galería de quadros, cuyas imágenes...... No, Señor, no, replicó el caminante, la naturaleza es como la naturaleza. ¿A qué diablos andais buscando esas comparaciones? Por recrearos, respondió el secretario. Si no quiero yo que me recreen, lo que quiero es que me instruyan, repuso el caminante. Decidme lo primero quantos sentidos tienen los hombres de vuestro globo.