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Oye, Edmundo dijo un ciudadano prominente, conocido por León, dirigiéndose a uno de los curiosos. Entra aquí y mira lo que puedas hacer, que tienes experiencia en estas cosas. Y a la verdad que la elección no podía ser más acertada. Edmundo en otros climas había sido la cabeza putativa de dos familias.

Al fin, ya eran las dos, y como era forzoso el camino, salimos de Madrid. Yo me despedí de él, aunque me pesaba, y comencé a caminar para el puerto. Quiso Dios que porque no fuese pensando en mal, me topase con un soldado.

Un soldado preguntó a uno de sus camaradas, que volvía de una campaña, si había hallado mucha hospitalidad en Holanda. ¡Oh! , mucha; casi todo el tiempo que he estado allí, lo he pasado en el hospital. 70 En cierta ocasión preguntó un comerciante a un marinero: ¿En dónde murió su padre? En el mar. ¿Y su abuelo? En el mar. 75 ¿Y su bisabuelo? Señor, también murió en el mar como los otros dos.

Hay en la percepcion de estas ideas algo mas profundo, algo de un órden enteramente distinto de cuanto se parece á cosas sensibles; la necesidad ha obligado á comparar el entendimiento con un ojo que ve, y á la idea con una imágen presente; pero esto es una comparacion; la realidad es algo mas misterioso, mas secreto, mas íntimo; entre la percepcion y la idea hay una union inefable; el hombre no la explica pero la experimenta.

-No historias -dijo don Quijote-, pero que es bueno ese juramento, en fee de que que es hombre de bien el señor barbero. -Cuando no lo fuera -dijo el cura-, yo le abono y salgo por él, que en este caso no hablará más que un mudo, so pena de pagar lo juzgado y sentenciado. -Y a vuestra merced, ¿quién le fía, señor cura? -dijo don Quijote.

Mirábame éste y miraba al santo, y tornaba á mirarme después con cierta expresión de complacencia, mientras yo contenía á duras penas la risa que me excitaba el fatalísimo gusto de mis primas, que habían hecho, con fervorosa y cándida intención, un ídolo chino de una de las imágenes más poéticas y sencillas de nuestro culto.

Aquel semblante estaba frío y rígido. ¡Dios mío! ¡Poderoso señor! ¡un difunto! exclamó todo erizado el cocinero mayor. Y para acabar de probar un terror, como después de él no ha probado ninguno, se oyeron algunas voces cercanas que dijeron: ¡Téngase á la justicia! ¡La justicia! ¡y sobre un muerto yo! exclamó el mismo Montiño ; ¡el infierno llueve sobre desventuras!

En Manzanos, al acercarme al hotel para averiguar algo de mi carruaje, vi... ¡mis pobres equipajes, abandonados bajo un corredor!

Contar los piropos que le echó Pez sería convertir este libro en un largo madrigal.

Cuando algún coronel le habla de enrolar en su cuerpo en clase de oficial a alguno de sus hijos: «si fuera en un regimiento mandado por Lavalle contesta burlándose , ya; ¡pero en estos cuerpos!...» Si se habla de escritores, ninguno hay que, en su concepto, pueda rivalizar con los Varela, que tanto mal han dicho de él.