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Y escribió una carta á Cinta para avisarle que suspendía sus visitas hasta que su marido volviese al mar. Este atropello aumentó el alejamiento de la esposa. Representaba una ofensa para ella. Después de hacerle perder su hijo, Ulises espantaba á su único amigo. Sintió el capitán la necesidad de marcharse.

Cuando murió su madre, Ulises quedó indeciso ante el porvenir, no sabiendo si continuar su vida de navegante ó emprender otra completamente nueva.

Además, entendía el matrimonio con arreglo á la tradición familiar: la mujer dueña absoluta del interior de la casa, pero confiada en los asuntos exteriores á la voluntad del señor, del guerrero, del jefe del hogar, sin permitirse pensamientos ni objeciones sobre sus actos. Fué Ulises el que adoptó por mismo la decisión de abandonar la vida de navegante.

Sus movimientos eran sueltos y graciosos, su sensibilidad tan afinada, que la menor agitación les hacía dar saltos enormes. Ulises pensó en la esclavitud que había impuesto la Naturaleza á estos animales dándoles su hermosa envoltura defensiva. Nacían acorazados, y el crecimiento les obligaba repetidas veces á cambiar de armadura.

Este dejó de ocuparse definitivamente de la bandeja del desayuno, presintiendo la aproximación de algo muy importante. has jurado que harás por todo lo que yo te pida... no querrás perderme para siempre. Ulises protestó. ¿Perderla?... No podía vivir sin ella. Yo conozco tu existencia anterior: me la has contado... Tu nada sabes de , y debes conocerme, ya que soy tuya.

El portero, como si presintiese las inclinaciones de este cliente de propina fácil, se encargó de escoger su habitación: un piso más abajo que la vez anterior, cerca de la que ocupaba la signora Talberg. Se encontraron á media tarde en la Villa Nazionale, y emprendieron juntos la marcha por las calles de Chiaia. Al fin iba á saber Ulises dónde ocultaba la doctora su majestuosa personalidad.

Gloria, más fértil en astucias que el prudente Ulises, tenía ya un proyecto en la cabeza. Expresándole yo con tristeza mi desconfianza de que algún día llegáramos a unirnos, porque su madre no lo consentiría, exclamó riendo: ¡Oh, qué pajarito eres tan madruguero! ¡Quién piensa todavía en esas cosas!

Había conocido á Ulises cuando huía de las aulas para remar en el puerto, y él, por el mal estado de sus ojos, acababa de retirarse de la navegación de cabotaje, descendiendo á ser simple lanchero. Su gravedad y su corpulencia tenían algo de sacerdotal.

No, aquí no dijo ella . ¡Por nada del mundo!... Seré tuya, te lo prometo: te doy mi palabra. Pero donde yo quiera, cuando á me parezca... ¡Muy pronto, Ulises! El sintió toda la voluptuosidad de estas afirmaciones, hechas con una voz acariciadora y sumisa; todo el orgullo de este tuteo espontáneo, que equivalía á una primera entrega.

Detrás del mostrador aparecía Hindenburg, despechugado, con la camisa arremangada sobre sus brazos voluminosos como piernas. Yo soy el capitán Ulises Ferragut.