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No, Ulises, usted no me conoce, no sabe quién soy... Aléjese de . Hace unos días me era indiferente. Y odio á los hombres, y nada me importa hacerles daño. Pero ahora me inspira usted cierto interés, porque le creo bueno y franco á pesar de sus exterioridades arrogantes... ¡Márchese, no me busque! Es la mejor prueba de afecto que puedo darle.

Luego había surgido la provocación inglesa. Como un traidor de melodrama, el gobierno británico venía preparando la guerra desde larga fecha, no queriendo presentarse hasta el último momento. Y Alemania, amante de la paz, tenía que defenderse de este enemigo, el peor de todos. ¡Dios castigará á Inglaterra! afirmaba la doctora mirando á Ulises.

Cuando se cansaban de imitar á los cómicos con ruidoso choque de espadas y caídas de muerte, Ulises y otros amantes de la acción proponían el juego de «ladrones y alguaciles». Los ladrones no podían ir vestidos con ricas telas, su uniforme debía ser modesto. Y revolvían unos montones de trapos de colores apagados que parecían arpilleras.

Ulises se imaginó una gran señora, hermosa como doña Constanza. Cuando menos, debía ser marquesa. Su padrino bien merecía esto. Y se imaginó igualmente que sus encuentros debían ser por la mañana, en uno de los huertos de fresas inmediatos á la ciudad, adonde le llevaban sus padres á tomar chocolate después de oír la primera misa en los amaneceres dominicales de Abril y Mayo.

Cuando dejaban de brillar las capas bordadas de los tres sacerdotes del altar mayor y aparecía en el púlpito otro sacerdote blanco y negro, Ulises volvía la vista á una capilla lateral. El sermón representaba para él media hora de somnolencia poblada de esfuerzos imaginativos.

Llamaban rapsodas en Grecia a los cantores que iban de pueblo en pueblo, cantando la Ilíada y la Odisea, que es otro poema donde Homero cuenta la vuelta de Ulises.

Nunca podré quererte... ¿Qué has hecho, Ulises? ¿qué has hecho para que te tenga horror?... Cuando estoy sola, lloro; mi tristeza es inmensa, pero admito mi desgracia con resignación, como una cosa lejana que fué inevitable... Así que oigo tus pasos y te veo entrar, resucita la verdad.

Está bien dijo finalmente . Sólo te ruego que vuelvas cuanto antes á encargarte del mando... No olvides lo que pierdes teniendo el buque amarrado. Pocos días después de la partida del vapor, cambió radicalmente el modo de vivir de Ulises. Ella no quiso continuar alojada en el hotel. Acometida por un pudor repentino, le molestaban las curiosidades y sonrisas de pasajeros y criados.

La esperanza hizo que Ulises obedeciese á Freya, deseosa de llegar cuanto antes á Nápoles. Allá abajo, en la curva de luces vecinas al golfo, estaba el hotel, y el marino lo veía como un lugar de felicidad. ¡Di que ! susurró en el oído de ella, cortando las palabras con besos . ¡Di que será esta noche!...

Ulises se había entusiasmado como navegante al ver su proa alta y afilada dispuesta á afrontar los peores mares, su esbeltez de buque veloz, sus máquinas sobradamente poderosas para un vapor de carga, todas las condiciones que le habían hecho servir de correo durante varios años. Consumía demasiado combustible para dedicarse con ganancia al transporte de mercancías.