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Ulises, que estaba dispuesto á no sorprenderse de nada en este viaje extraordinario, se limitó á una exclamación de alegría cortés. «¡Tanto mejor!...» Ya no se ocupó de él, dedicándose á sacar el barco del pequeño puerto, dirigiendo su rumbo hacia la salida del golfo.

Había sido el objeto de sus conversaciones con doña Cristina cuando ambas entretenían las monótonas horas tejiendo encajes al uso de su pueblo. Al pasar Ulises ante el cuarto de ella, vió unos retratos suyos de la época en que era simple agregado á bordo de un trasatlántico. Cinta los había sustraído indudablemente de las habitaciones de su tía.

Pero tenía enfrente á una mujer... Y esta mujer era capaz de herirle, colocándolo al mismo tiempo en una situación ridícula... ¡Retírese, señor! ordenó Freya con tono ceremonioso y amenazante, como si hablase á un extraño. Pero fué ella la que se retiró finalmente al ver que Ulises daba un paso atrás, quedando meditabundo y confuso.

Los ojos dulces del padrino, unos ojos amarillos moteados de pepitas negras, acogían á Ulises con el amor de un solterón que se hace viejo y necesita inventarse una familia.

En otras ocasiones, la imaginación acalorada de las niñas exigía que vinieran de Madrid unos abrigos muy lindos, de los cuales les había dado noticia Amalia: D. Cristóbal resistía algún tiempo los asaltos, pero viéndose muy apretado, capitulaba al fin. Su mente, fecunda en trazas, como la de Ulises, le sugería una magnífica para ahorrarse la mitad del dinero por lo menos.

Vas á deshonrarte... sabrás por qué causa... ¡Adiós, Ulises! Cuando éste levantó la cabeza, el piloto ya había desaparecido. La soledad pesó de pronto con una gravitación mortal sobre su pensamiento. Sintió miedo á realizar sus planes sin el auxilio de Tòni. Le pareció que se había roto la cadena de autoridad que iba desde él á sus gentes.

Para el maître, era indudable que un poder misterioso había querido deshacerse de esta mujer, enviándola á un país enemigo como si la enviase á la muerte. Ulises adivinó en el defensor un estado de alma semejante al suyo, la misma dualidad que le había atormentado en todas sus relaciones con Freya. «Yo, señor escribía el abogado , he sufrido mucho.

Como a Ulises, aquellos perros le atacarían si le vieran; pero Eumaios, el fiel servidor, no acudiría en su auxilio... ¡Qué habría sido de Ulises Reyes! ¿Por qué habría salido de allí? ¡Quién sabe! Tal vez esos chiquillos, que parecen hijos del estiércol, como lombrices de tierra, son parientes míos.... Son de mi tribu acaso».

En él encontrarás el nombre del Banco al que debes dirigirte. Quiero que seas el más rico de tu pueblo; que tus hijos se acuerden del capitán Ferragut cuando yo haya muerto. El piloto hizo un gesto de protesta ante esta muerte posible, y al mismo tiempo se restregó los ojos como si sintiera en ellos un cosquilleo intolerable. Ulises continuó sus instrucciones.

No tenía allí un blando lecho de pólipos y de algas como los esquinos del mar de las Indias, que están dispensados de industria. Encontrábase frente á frente del peligro, de las dificultades, como el Ulises de la Odisea, el cual, arrojado, traído por el oleaje, prueba de agarrarse á las rocas con sus uñas ensangrentadas.