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15 abriste fuente y río; secaste ríos impetuosos. 16 Tuyo es el día, tuya también es la noche; aparejaste la lumbre y el sol. 17 estableciste todos los términos de la tierra; el verano y el invierno los formaste. 18 Acuérdate de esto: que el enemigo ha dicho afrentas al SE

¡ le contestó el cardenal; para su tranquilidad y la tuya, que sea siempre así! Dios lo quiere. Entonces el cardenal le hizo jurar que no turbaría la tranquilidad de usted y que no le haría saber que vive.

8 La desnudez de la mujer de tu padre no descubrirás; es la desnudez de tu padre. 9 La desnudez de tu hermana, hija de tu padre, o hija de tu madre, nacida en casa o nacida fuera, su desnudez no descubrirás. 10 La desnudez de la hija de tu hijo, o de la hija de tu hija, su desnudez no descubrirás, porque es la desnudez tuya.

Sentados frente a frente y listos para empezar la tarea, dijo Ricardo, golpeando con la pluma en el fondo del tintero, como si quisiera empaparla mejor: ¿Sabes, Lorenzo, que estoy con una preocupación? Yo tengo la misma. ¿Cuál? Melchor. ¿Cómo has adivinado? No podía ser otra. ¿Y en qué consiste la tuya? En el cambio radical que se está operando y acentuando en él. ¡Has visto!...

Lo justo, lo honrado, hubiera sido no coquetear con él, no atraerle, ni para conquistar su mano con calculadora frialdad, ni para faltar como he faltado. ¡Desdichada! exclamó Beatriz . Aún no sabes las consecuencias tremendas de tu falta. Braulio, por esa falta tuya, cree tener una prueba evidente de la falta que en supone: ha visto al Conde, tres noches ha... ¡Dios mío! dijo Inesita.

Porque sabes, Ester, que su alma carece de la fortaleza de la tuya para sobrellevar, como lo has hecho, un peso semejante al de tu letra escarlata. ¡Oh! ¡yo podría revelar un secreto digno de ser conocido! Pero basta sobre este punto. Lo que la ciencia puede hacer, lo he hecho en su beneficio. Si aun respira y se arrastra en este mundo, á solamente lo debe.

Liette sonrió, dulcemente conmovida por esta delicadeza filial. Eres bueno y tierno, hijo mío, al pensar en mi soledad más aún que en la tuya; pero a mi edad no se rompen las costumbres de veinticinco años. Me atan a esta pobre aldea muchas cosas de las que no se llevan en la suela de los zapatos.

Viéndola don Juan en actitud tan indiferente y desdeñosa se amilanó por completo. Cristeta, después de complacerse unos segundos en saborear aquella turbación, dijo fríamente: Aquí me tienes. ¡Cuánto te agradezco... vida mía! No, Juan, tuya no. He venido y he hecho mal, lo ; ahora lo siento. Pero quería suplicarte de rodillas, exigirte, si es necesario, que no vuelvas a pensar en .

Aquí no ha habido ni vencido ni vencedor. Digamos ambos a la vez, a y yo a ti: Valiente eres, capitán, y cortés como valiente; con tu espada y con tu trato me has cautivado dos veces. eres mi cautivo y yo quiero ser tu cautiva; es decir, más amiga tuya que antes. Y diciendo así, tendió de nuevo ambas manos a don Andrés, más cariñosamente y con mayor confianza que la vez primera.

Todo mi ser necesita respirar la felicidad de que por fin se siente saturado. ¡Quiero gritar a todos, a todos quiero hacer ver la felicidad que me inunda el alma!... ¡Estás loca! grité. ¡, desde que soy tuya! No; eso no era posible. Si hubiera sido cierto, si yo hubiera debido creerlo, yo también me hubiera vuelto loco. ¡No es cierto! ¡No te creo! exclamé.