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Raúl, el encantador que había provocado ese milagro, experimentaba la orgullosa alegría de Pigmalión ante su estatua animada del soplo divino. Al volver al pueblo a la luz de la luna, la viuda, sentada enfrente del notario mientras el cura dormitaba a su lado, no pudo contener la exuberancia de su júbilo. Una hermosa velada, señor Hardoin, y como quisiera que tuviese muchas mi pobre Liette.

Mientras tuviese la Iglesia incrédulos que amordazar, fueros que defender o privilegios que exigir, la vida contemplativa se le antojaba propia de espíritus mezquinos. A las lecturas místicas, que arroban la imaginación, prefería esas leyendas de audaces misioneros que son los caballeros andantes de la fe.

La humildad teníala en el corazón el hijo del ahogado y la suicida, que si no la tuviese, no sería fácil que se la inculcaran las burlas y desprecios de sus compañeros, ni los paternales azotes del maestro y de sus protectoras: porque éstas todas se creían con derecho a amarle, pero a castigarle también. Era la suya una naturaleza amante y agradecida.

He nombrado intencionadamente los dos mejores capítulos del libro, los que por solos bastarían para labrar la reputación de un artista que no tuviese tan hechas sus pruebas en este género de cuadros.

Tampoco se fijó en la inquietud de D. José, que se movía en el asiento como si este tuviese espinas; y volviendo a lamentarse de su destino, se dejó decir: «Porque no hacen solutamente estimación de los verídicos hombres del mérito. Tanto mequetrefe colocao, y a nosotros, tocayo, a estos dos hombres de calidá nadie les ensalza.

El tío Manolillo había presentido que, á causa del carácter casquivano de Dorotea, podía suceder que alguna vez tuviese necesidad de una poderosa influencia para sacarla de un terrible compromiso.

De todos modos, si la condesa de Peñarrubia tuviese una voz mejor timbrada y no la ahuecase, si declamase con menos énfasis y le quitasen el acento extremeño, no hay que dudar que sería una notable recitadora de versos. Elena había comenzado a impacientarse por el galanteo asiduo de Gustavo Núñez.

La lista era larga, porque no hacía mucho tiempo que había habido cambios, renovación y trasiego de empleados; pero no faltaba un oficial en el personal que tuviese algunas noticias biográficas de todos los nuevos. «Don Anacleto Pérez», decía, por ejemplo, la lista. ¿De dónde ha venido éste? preguntaba el Conde. De la Coruña contestaba el oficial. ¿Es casado? Es soltero.

Cuando se quedó solo con él, Bailón le dijo que era preciso tuviese filosofía; y como Torquemada no entendiese bien el significado y aplicación de tal palabra, explanó la sibila su idea en esta forma: «Conviene resignarse, considerando nuestra pequeñez ante estas grandes evoluciones de la materia... pues, ó substancia vital. Somos átomos, amigo D. Francisco, nada más que unos tontos de átomos.

Pesábales ver que se tuviese tanta cuenta con el Pedro y su hermano, pareciéndoles que fiaba más en ellos que en los demás.