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Cerca del Moral había cuatro o cinco montecillos de arena, llamados con propiedad los Arenales, que heridos por los moribundos rayos del sol brillaban como grandes topacios. Ni el más leve ruido turbaba el silencio del gabinete, que en aquel momento semejaba, por lo sombrío y recogido, un gran confesonario.

Así, mi tío, que turbaba de cuando en cuando la paz del servicio, sufría siempre la desgracia que nadie sufre en este mundo; lo que no pasa jamás: que los sirvientes lo delatasen a la señora.

No saldrá una palabra de mis labios mientras no lo haya realizado. Mario no quiso preguntarle más, respetando su silencio, y cambió de conversación. D. Pantaleón le manifestó que le molestaba mucho no tener fogón en el laboratorio. Todos los ingredientes que necesitaba poner al fuego los llevaba abajo. Pero esto turbaba la cocina y además era expuesto.

Esta habitación obscura y húmeda exhalaba un vaho de alcohol, un perfume de mosto, que embriagaba el olfato y turbaba la vista, haciendo pensar que la tierra entera iba á quedar cubierta por una inundación de vino.

Estaba desarmado para la vida: el último de los vagabundos que marchaba por las carreteras valía más que él, con toda su cultura inútil. Fuego... necesitaba lumbre. Se lo pedía Feli angustiosamente, en el tormento de la congelación que turbaba su sueño. Miró con rabia los papeles y libros apilados en un rincón.

Aquella violencia, mejor aún, aquella ferocidad, turbaba su alma delicada; el poco apego que el cura mostraba a los asuntos teológicos o de tejas arriba le indignaba; pero sobre todo, la avaricia sórdida de aquel viejo, que estaba con un pie en el sepulcro, del ministro de Aquel que dijo: «No queráis tener oro, ni plata, ni dinero, ni en vuestros viajes llevéis alforja, dos túnicas, ni zapatos, ni báculole causaba repugnancia invencible.

, que me lees y eres hombre mortal, ¿tocarás la campanillaPermanecí asombrado ante la página abierta: aquella interrogación «hombre mortal, ¿tocarás la campanillaaunque me parecía burlona y picaresca, me turbaba prodigiosamente.

Hoy, la aparición de aquel buen mozo en la misma ventana de otro tiempo... turbaba sus ideas como una interrogación. Su nombre, sus facciones, su edad, todo era materia de suposiciones y de hipótesis. Siendo capitán y estando condecorado, debía de tener veinticinco o treinta años, aunque apenas los representaba.

Ya puede V. imaginarse que yo iba gozando como los ángeles en el paraíso y pendiente de los labios de aquella niña, que al referirme todas las nonadas infantiles de su vida, parecía infundir en mi alma encantada la ciencia de la dicha. Sin embargo, no podía desechar cierta vaga inquietud que turbaba mi alegría.