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Desde entonces comenzó Demetria á mejorar tan rápidamente que á los cuatro ó cinco días estaba ya como si no le hubiera pasado nada. Anudóse de nuevo la felicidad de aquellas horas que habían de terminar pronto en la de su boda. Sólo turbaba su dicha el recuerdo que alguna vez le asaltaba de la escena con el bandido Plutón. Cuando le veía, aunque fuese de lejos, el corazón le daba un vuelco.

Ya puede V. imaginarse que yo iba gozando como los ángeles en el paraíso, y pendiente de los labios de aquella niña, que al referirme todas las nonadas infantiles de su vida, parecía infundir en mi alma encantada la ciencia de la dicha. Sin embargo, no podía desechar cierta vaga inquietud que turbaba mi alegría.

Mucho tiempo después de haber abandonado toda pretensión de poetisa, aún se hablaba delante de ella con maliciosa complacencia de las literatas. Ana se turbaba, como si se tratase de algún crimen suyo que se hubiera descubierto. En una mujer hermosa es imperdonable el vicio de escribir decía el baroncito, clavando los ojos en Ana y creyendo agradarla.

Lo que esto molestaba a Hojeda no es decible: al principio se turbaba y le venían los colores a la cara; más adelante, cuando advirtió que era broma, se negaba a contestar al impertinente, limitándose a alzar los hombros en señal de resignación o a masticar alguna frase de disgusto.

Presentían la posibilidad de la derrota: parecían olerla en el silencio que pesaba sobre la plaza, en la misma gravedad de sus enemigos. Algunos más enérgicos se revolvían contra la posibilidad del fracaso. ¡Venir de tan lejos, para que se burlasen de ellos unos pobretones!... Renacía su avaricia de antiguos miserables, que turbaba muchas veces con detalles de ruindad sus alardes de ostentación.

Pasaba tres o cuatro horas y a veces más cerca de ella en aquel rincón, donde únicamente les turbaba de vez en cuando la visita de algún paisano que traía a moler su fuelle de maíz. El molino estaba adosado a la peña, medio oculto entre el follaje. Tan sólo se vislumbraba el color rojo del techo.

En los recodos de las peñas donde se amontonaban las algas y se secaban al sol, me gustaba también estar sentado; ese olor fuerte de mar me turbaba un poco la cabeza, y me producía una impresión excitante como la del aroma de un vino generoso. Las horas se nos pasaban entre las rocas, en un vuelo; casi siempre yo llegaba tarde a casa.

Turbaba con su pasión al músico y se sentía a su vez conmovida y transfigurada por el ambiente de fervor artístico que rodeaba al ilustre discípulo de Wagner. Las revelaciones de él, del Maestro, como decía con unción Hans Keller, fulguraban ante los ojos de la cantante, como el relámpago que transformó a Pablo en el camino de Damasco. Ahora veía claro.

Había llegado a tal extremo el terror de Reyes respecto a lo que debía a los Valcárcel, que nunca se tomaba el trabajo de sumar las cantidades que no había reintegrado a la caja; contando los siete mil reales del cura de la montaña, le parecía aquello un dineral. Tanto que, a veces, leyendo en los periódicos lamentaciones acerca de la deuda del Estado, se turbaba un poco acordándose de la suya.

Dos niños la habían llevado por la punta de la nariz hasta concluir un arreglo que alteraba toda su vida, turbaba todas sus ideas, cambiaba sus combinaciones y la imponía la presencia del ser á quien más detestaba en el mundo. Pero ahora que estaba advertida, ¿iba á dejar correr las cosas? ¿Soportaría tal humillación? ¿Aceptaría semejante servidumbre?