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Más de una mujer revolvióse en la cama, turbando con su inquietud el sueño de su marido, que protestaba indignado. «¡Pero maldita! ¿no pensaba en dormir?...» «No; no podía: aquel niño turbaba su sueño. ¡Pobrecito! ¿Qué le contaría al Señor cuando entrase en el cielo?...»

A los méritos que acabamos de indicar, la señorita de Latour-Mesnil había tenido el talento de añadir otro, de cuya influencia no es dado a la naturaleza humana libertarse: era extremadamente linda; tenía el talle y la gracia de una ninfa, con una fisonomía un poco selvática y pudores de niña. Su superioridad, de la que se daba alguna cuenta, la turbaba; sentíase a la vez orgullosa y tímida.

Adalberto, ¿no tienes noticias de Roberto? preguntó con voz ruda y metálica, que debía penetrar hasta en los menores rincones de la casa. La pregunta pareció desagradar al anciano, quien movió la cabeza como si hubiera querido rechazarla lejos; ella turbaba su quietud matinal. Un hijo muy afectuoso, hay que confesarlo continuó ella, y su amarga sonrisa se acentuó aún más.

En estas prolongadas vigilias su cerebro se turbaba, y entonces creía ver visiones que flotaban ante sus ojos; quizás las percibía confusamente á la débil luz que de ellas irradiaba, en la parte más remota y obscura de su habitación, ó más distintamente, y á su lado, reflejándose en el espejo.

Las señoras, mascando el último caramelo y viendo terminado por aquel día el desfile de hombres ilustres, abandonaban las tribunas. Abajo las aguardaba el coche para dar un paseo por la Castellana. Aquella extranjera de la tribuna diplomática también se movía para irse. Pero no; daba la mano a su acompañante, le despedía y se quedaba, moviendo aquel abanico que con su revoloteo turbaba a Rafael.

Acostumbrado el pobre muchacho a las vulgaridades y soseces de las amigas de su madre, y bajo la impresión de aquel encuentro que tan profundamente le turbaba, creía estar en presencia de un sabio con faldas, un filósofo venido de allá lejos, de alguna sombría cervecería alemana, para turbarle bajo el disfraz de la belleza. La desconocida quedó en silencio, con los ojos fijos en el horizonte.

A solas con su amada, Tristán recuperó la tranquilidad que la presencia del marquesito del Lago turbaba y se dejó arrastrar dulcemente a una alegría que muy contadas veces había disfrutado. ¿Quieres que pongamos los caballos al trote? dijo Clara que veía con cierta inquietud acercarse rápidamente el sol a la tierra. ¿Para qué? Tiempo tendremos a galopar un poco cuando el sol se ponga dijo él.

Porque el amor nos permite leer en el corazón del ser amado, porque lo que la turbaba y la hacía sentirse avergonzada, no era su amor por , sino el temor de que así como yo había sido fingido Rey, hubiera representado también el papel de amante y recibido sus besos burlándome interiormente de ella.

Reinaba el silencio en todas partes. El latir grave y acompasado del reloj era el único ruido sedicioso que turbaba la majestad de aquel silencio. Se había estremecido dentro de su armadura, como si quisiera despertar de algún sueño triste, y había exhalado un suspiro ronco: después se escucharon en lo interior de su vientre algunos ruidos huecos y mecánicos.

Le dejó en el recibimiento, lleno de retratos como el de casa de los Febrer, y corrió con un ligero trote de ratón a las habitaciones interiores, para avisar esta visita extraordinaria que turbaba la paz monástica del palacio. Transcurrieron largos minutos de silencio.