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Las costumbres del Canelo no podían ser más sencillas y metódicas. En el invierno se tumbaba al sol, y en el verano á la sombra. La única variante que á veces introducía en este régimen saludable, era el tumbarse también al sol por el verano exponiéndose á tomar un tabardillo ó unas calenturas gástricas.

No sólo los tumbaba a ellos, sino también las mesas y los armarios, haciendo mayor destrozo que un terremoto. Cuando se cansó de sacudirles la badana, salió muy tranquilo a la calle riendo.

Martín, aunque respecto a él no podía negar la exactitud del cargo, creyó no debía permitir este ultraje dirigido a los Zalacaín y, abalanzándose sobre el joven Ohando, le dió una bofetada morrocotuda. Ohando contestó con un puñetazo, se agarraron los dos y cayeron al suelo, se dieron de trompicones, pero Martín, más fuerte, tumbaba siempre al contrario.

La ventura de poseer a su nené adorada, la prez de defender su vida, le distraían de los trágicos acontecimientos recientes. No se acordaba del abuelo, no, ni del trabucazo que lo había tumbado como él tumbaba las perdices. Y había un pagarito sobre un árbole, y oyó al rey, y dijo, dice: 'Comer no la has de comer, coco feo. ¿Y va y qué hace el pagarito?

La coja volvió a indicarle el camino, y Mauricia, moviendo los brazos como aspas de molino de viento, se puso a gritar: «¡Peines y peinetas!... ¿Pues no me quieren deshonrar y encerrarme como si yo fuera una criminala? ¡Tunantas!... cuando si yo quisiera, de tres bofetadas las tumbaba a todas patas arriba...».

Parado allí el pastor y dale que te pego con el canto de la navaja, porque no chispeaba bien la piedra o no era la yesca de lo mejor, observa que le da en la nariz un «jedor» que tumbaba de espaldas.

No estaban allí a la sazón más que tres redactores. Uno de ellos era el traidor Sinforoso Suárez. Sin decirles una palabra, cayó sobre ellos a puñadas y puntapiés, con tal maña y coraje, que no pudieron hacer resistencia. Cuando alguno se levantaba del suelo, un tremendo revés a mano vuelta le tumbaba de nuevo.

Juanita recordó en aquel trance toda su antigua destreza en la lucha, cuando se peleaba con los muchachos a brazo partido y los tumbaba en medio del arroyo. Ella también se abrazó a don Andrés, le puso la barba en el pecho, le empujó al mismo tiempo en sus espaldas con las manos de ella y le echó una zancadilla tan hábil, que le derribó al suelo.