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Era la mariscala de Luxemburgo amiga de Rousseau: por casualidad supo aquélla que la mujer con quien éste vivía estaba en cinta; sin duda, creyendo que Rousseau quería mandar este nuevo hijo a la Inclusa, como había hecho con otros, dirigiose a M. Trouchin, de Génova, amigo de Rousseau, y le encargó que tan pronto la criatura viniera al mundo, hiciera los posibles por mandársela, para ella encargarse de su cuidado.

Es que los reposteros todos son unos. Sin duda Bonelli fue a prevenir a Trouchín y a llevarle el cuento de que yo le debía tres cenas. Es una conspiración contra , un complot... Si bien se mira, no les falta razón, querida; ¿pero yo qué culpa tengo? ¡Ese hombre incapaz, mi maridillo...! Cuanto se diga de él es poco.

Quedaron convenidos para el día siguiente en hacerse cargo de la criatura, pero tan pronto hubo salido M. Trouchin, su amigo Rousseau, embozado en un capote de paño oscuro, se aproximó al lecho de la recién parida, y a pesar de sus lágrimas, cogió él mismo a su hijo y se lo llevó al Hospicio, perdiéndolo para siempre, pues ni siquiera le puso al entregarlo marca de reconocimiento.

M. Trouchin habló de este asunto con su amigo Rousseau, quien al parecer consintió en que la mariscala fuera satisfecha en sus deseos, los cuales fueron muy del agrado de la madre de la futura criatura. Tan luego esta buena mujer dio a luz, avisó a M. Trouchin, el cual presentose en seguida en la casa, donde le mostraron un hermoso niño.

En vista de la exigencia de Bonelli, mando llamar esta mañana a Trouchín, el de la calle del Arenal, que nunca me ha servido nada; le propongo servirme la cena de mañana, la ajusto, nos convenimos; pero el condenado ¿creerá usted?, con muchas cortesías y mucha labia me dice que si no le pago anticipadamente no hay cena... Esto ya es un insulto. Jamás me ha pasado cosa igual... Le diré a usted.