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Las espinas de la vida comenzaron a clavarse cruelmente en las carnes delicadas de aquella niña, que hasta entonces sólo flores había hallado en su camino. El despego de Amalia fue creciendo de día en día. A la par crecía también la reserva y la timidez de su hija. Pero como al fin era niña, esta tristeza disipábase a veces al impulso de un capricho.

¡Dios mío! dijo como si hablase con ella misma. ¡Qué tristeza y qué alegría al mismo tiempo! Esto es muy hermoso. ¡Pero esa mujer!... ¡esa pobre mujer! Hace ya años que la veo así, dijo Rafael, fingiendo conocerla mucho, a pesar de que hasta entonces rara vez se había fijado en la pobre hortelana. Todos los de su clase son gente muy especial.

El amor de Clara apenas renacido y ahogado ya por el desengaño, la tristeza que siente al verse desdeñada, el abandono en que su hermana y el coronel la dejan para retirarse a un lugar donde ella no quiere seguirlos, todo presta al cuadro, y a Clara, principal figura del cuadro, un suave tinte de melancolía, iluminado por los celestiales resplandores de la resignación cristiana.

A don Víctor se le saltaron las lágrimas al ver a su enemigo. En aquel instante hubiera gritado de buena gana: ¡perdono! ¡perdono!... como Jesús en la cruz. Quintanar no tenía miedo, pero desfallecía de tristeza; «¡qué amarga era la ironía de la suerte! ¡

Era un hombre como de cuarenta y cinco años, de semblante hermoso y afable, con tal expresión de tristeza, que era imposible verle sin sentir irresistible inclinación a amarle.

Al fin, el cura abrió la sala, y con la máscara de tristeza que necesitan ponerse todos los que presencian diariamente escenas de muerte, bajo la cual se oculta una indiferencia que es lógica consecuencia de tal costumbre, dijo a los que aguardaban: Pasen ustedes; ya hemos concluido. ¿Qué tal? preguntaron.

La terrible palabra que descorría en parte el misterio de la vida de la niña, quedó grabada en su memoria, y poco á poco fué comprendiendo todo el valor de aquella frase. La alegría de Hasay fué desapareciendo, sustituyéndola una profunda tristeza. A los trece años, la niña era mujer. La mujer, dejó de jugar y pensó.

Entonces, de repente y sin saber por qué, inundose su alma de una profunda tristeza.

Y con los ojos entornados, sonriendo maliciosamente, esperaba la respuesta, adivinándola. ¿Qué me falta? El amor; lo que tenía contigo. Y con la vehemencia de otros tiempos, como si aún estuvieran entre los naranjos de la casa azul, el diputado daba salida a sus melancolías de ocho años. La ofrecía la imagen inspirada por su tristeza.