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De los que una canoa habian tomado, La cual en tierra firme fué hallada, El uno aqueste puerto se ha tornado, El otro va siguiendo su jornada. Habianse dos meses sustentado Entreambos con palmitos; la tornada Del triste, que llegó muy flaco y malo, Se celebra, colg

En vano protesta Don Fernando contra las mentiras de su criado; el anciano lo interpreta como una nueva prueba del triste estado de su espíritu, efecto de su dolencia, y lo abruma con demostraciones de ternura paternal y de cuidados por el restablecimiento de su salud.

Ella acudía a todos, y teníamos un amparo.... ¿Pero ahora, qué será de nosotros?... Hemos amargado sus últimos momentos con nuestras disputas. ¡Somos como fieras! Lo hicimos de obligados. Si no lo hacemos, los otros bandidos nos dejan sin una hilacha. Pero es triste. Si, lo es. Por un momento los tres hermanos quedan silenciosos.

¡Qué horror! exclamó Valle, poniendo los ojos en blanco y posándolos después blandamente sobre Eulalia. En efecto dijo D. Bernardo, es muy triste todo eso, pero de absoluta necesidad. ¿Dónde iríamos a parar si no se castigase con mano fuerte la rebelión? Que se castigue de otro modo señó; la pena de muerte debe ser proscrita de los códigos.

Cuando terminó de escribir esta carta, cerrola Judit, y la envió a su destino sin hablar a nadie; decidida desde aquel momento a conocer su suerte, aguardó con impaciencia la próxima visita del Conde. Aquella noche había función en la Opera y fue al teatro con la esperanza de verle en su palco y de que le hiciera la seña convenida. Arturo fue tarde y parecía estar triste y preocupado.

Escuchóme bonitamente y luego me dijo: «, hija mía, no serás nunca mas que una pobrecilla fracasada, una triste horizontal. De esta manera no lograrás atrapar jamás al multimillonario.

Al fin, acercóse á él lentamente y le dijo en voz baja: Estás muy triste, Pedro. ¿Te encuentras peor? No, señorita, no; me encuentro bien. Vamos, no lo ocultes. ¿Te sientes mal? No; ya estoy completamente bueno. Entonces, ¿te hace falta algo? Vaciló un instante y, apoderándose rápidamente de una mano de su señora, empezó á cubrirla de besos apasionados. , me hace falta esto.

Este clérigo, de edad de treinta y cinco a cuarenta años, alto, de facciones regulares, ojos grandes y negros sin expresión, y figura triste y descuadernada, presumía, según pública voz, de guapo, lo mismo que de inteligente, maligno, ilustrado, etc., etc.

Miráronse y debieron leer recíprocamente en sus almas y a un mismo tiempo el sentimiento de pena por la muerta y de dolor por la ausencia que sobre ellos se cernía, pues Amaury dijo, rompiendo el silencio: De los tres yo quedaré más abandonado que ninguno. Ustedes podrán verse una vez cada mes, pero yo... ¡triste de !... ¿Quién me traerá noticias suyas? ¿Quién les dará a ustedes las mías?

Frente de la ventana, a regular distancia del corralón de la posada, contrastando su fábrica de piedra con el maderaje y los tablones de que estaba formada la estación, había un edificio, rico en otro tiempo, a la sazón ruinoso, pobre, y sobre todo triste, como si su inerte mole fuera capaz de presentir la grandeza del rival que allí cerca y en pocas semanas alzaron unos cuantos hombres.