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Pía sobresaltada la miruella, guareciéndose en el desnudo bardal, ó cita cariñosa á su pareja desde la copa de un manzano; óyese, triste y monótono, de vez en cuando, el ¡tuba!, ¡tuba! del labrador que llama su ganado; tal cual sonido de almadreñas sobre los morrillos de una calleja...; y paren ustedes de escuchar, porque ningún otro ruido indica que vive aquella mustia y pálida naturaleza.

Nada de extraño fue, pues, que por fin Carolina cesara repentinamente a la mitad de sus infantiles confidencias, para echar sus bracitos en torno del cuello de la pobre mujer, y suplicándola que no llorase pues se ponía triste.

Poco a poco mi cólera disminuyó, y se fué convirtiendo en una profunda melancolía. Todo me parecía triste; en la cosa más sencilla e inocente encontraba motivo para una reflexión lúgubre. Llegaban a molestarme tanto estas ideas, que, para ahogarlas, tomé la costumbre, al llegar a Manila, de ir a las tabernas a emborracharme.

Su expresión habitual era soñadora y triste: algunas veces tenía un modo de dirigir una mirada ligera, de soslayo, sobre alguna persona que no le observaba a él, y, con una mirada tranquila y fija, parecía que mentalmente estaba midiendo el calibre de la persona que estaba ajena de ello. ¡Qué ojos tan tremendos tiene el señor Poe! me dijo una señora.

Triste es, muy triste, que un hombre medio loco socorra á semejantes suyos, divirtiéndose á costa de la miseria de su prójimo; pero es muy triste todavía que se despilfarren miles y miles de onzas de oro, encargando manjares y bicocas á Paris, cuando España es la tierra de los manjares. Lo del ruso es más extraordinario. Lo de la familia de Madrid es más necio. El ruso se divierte á mismo.

Estos detalles los recuerdo perfectamente, pues quedaron grabados en mi imaginación de tal suerte que pudiera recitarlos con muy poca diferencia, tal como salieron de los labios de mi amigo. M. Virieu, no se separó de mi lado hasta que amaneció: llegada esta hora, se marchó a preparar lo necesario para mi partida a Mâcón. ¡Triste de !

Magdalena, que aún seguía con los brazos cruzados, lanzó una intensa mirada a su padre y otra a Amaury. Antonia oraba en voz baja. Entonces comenzó una vela silenciosa y triste.

»Porque al fin, por triste que sea es necesario confesarlo, por poco académico que sea, es preciso decirlo: la virtud no figura ya en el movimiento moderno. »¡Pobre virtud! los vulgares la ridiculizan, los fisiólogos la niegan, la gente alegre la encuentra fastidiosa, y las personas prácticas la consideran inútil.

Cuidado que me pone las cosas mal... El hombre que quise, ¿por qué no era un triste albañil?

En los veintidos años que permanecieron en sus curatos, «los efectoscomo dice Viedma , «fueron muy contrarios á las esperanzas de conservar y aun adelantar aquellas misiones, pues en el tiempo que gobernaron los pueblos sus curas, vinieron á quedar un triste esqueleto de lo que habian sido.