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Y en el silencio mismo que sucedía, triste y terrible, a esas armonías imponentes, se distinguían ruidos extraños y conciertos misteriosos, como los que deben elevarse en las solemnidades del cielo.

Después de la comida, Fernando se sentó en el paseo lejos de la música, que empezaba su concierto nocturno. Estaba triste, y su tristeza era de engaño y arrepentimiento. Aquella pobre mujer había dicho la verdad: las ilusiones de él iban a morir de un golpe con la satisfacción del deseo. Mejor hubiese sido creerla.

No tardó en confesarse que sufriría de todos estos pequeños inconvenientes, y fijándose en la importancia que habían tomado las cosas que se relacionaban con su bienestar y su vanidad, en su alma fútil y ligera, se puso triste. Aquellos hábitos de lujo y de confort eran ahora sus dueños tiránicos y soberanos; no dejarían crecer nunca más en él ningún sentimiento desinteresado.

Luego, en tanto que su mirada triste subía del extremo del flotante vestido a la cara de la joven, añadió después de una corta lucha interior: Permítame expresar mis sinceros votos porque sea usted feliz.

La joven estaba sencillamente influida por el genio aventurero de su raza, por el desconocimiento de los obstáculos que caracteriza á las grandes fortunas y por la inconsciencia de las leyes que es propia de la mujer. ¿Ir á Numea? preguntó Sorege con su voz falsa. ¡Triste expedición!

Habiéndose estrellado cerca de la costa de Etretat tres ingleses, en un sitio inaccesible, todo el pueblo acudió á su socorro, y mientras peligraron sus vidas la ansiedad fué general; así hombres como mujeres dieron muestras de una violenta sensibilidad. ¡Bien por el pueblo francés! Y, sin embargo, ¡qué vida tan triste y dura no pasa!

Le he escrito para que mande poderes para tomar posesión, en su nombre, de aquella magnífica casa y de las tierras que la circundan. 24 de mayo de 1826. Tengo una pena grande, por el triste contratiempo que ha ocasionado a Alfonso un fragmento de su poema «Childe Harold», relativo a Italia.

Es preciso decirlo: contaré entre las más dulces horas de mi triste vida, las que pasé contemplando, sobre aquella noble fisonomía, los reflejos de un cielo radioso, mezclado á las impresiones de un corazón valiente.

Puede que ». El apetito del corazón, aquella necesidad de querer fuerte, le daba sus desazones de tiempo en tiempo, produciéndole la ilusión triste de estar como encarcelada y puesta a pan y agua.

Al saludo jovial de la cañada y del sipao que trina en la enramada, su romántica y triste serenata, van pasando sus linfas transparentes bajo el arco de hierro de los puentes como una eterna procesión de plata. En la aurora de mi vida, aún sin dolores aciagos, te he visto, de azul vestida, flotando en mis sueños vagos.