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Se acordó de la terrible prueba por que acababa de pasar Amalia, y dijo: ¡ , que has debido de padecer! ¿Cómo te encuentras? Ha sido una imprudencia bajar tan pronto la escalera. ¡Oh! Yo, aunque parezco débil, soy una roca. Bien lo has demostrado. ¡Padecer esos tremendos dolores sin exhalar ni una queja!

Para Edwin Gillespie la única realidad era miss Margaret, y los días que no la veía, aunque sólo fuese por unos momentos, se imaginaba que el cielo era otro y que se desarrollaban en su inmensidad tremendos cataclismos de los que no podían enterarse los demás mortales. Toda una primavera se encontraron en los tés de los hoteles elegantes de Nueva York.

Había llegado la hora de destruir, de ayudar al incendio, y los organizadores de la falla con pesados puntales, golpeaban el armazón de los bastidores o daban tremendos palos a los ardientes monigotes para que cayeran en el rojo cráter.

La línea, importante bajo todos aspectos, marcha por el lado de los Alpes, y en direccion á la Saboya, venciendo grandes obstáculos materiales, como son las faldas de esos tremendos montes que rodean Turin. Esta fué la que yo escojí para regresar á Suiza.

Llegó á la plazuela de Afligidos y la ocupó casi toda, uniéndose á los que, entrando por el Portillo, habían llegado un poco antes. La puerta de la casa de que hemos hablado resonó con tremendos hachazos; todo el largo de la tapia del Príncipe Pío estaba ocupado por el pueblo, y algunos pelotones de gente armada estaban en la Montaña, en la parte contigua á dicha puerta.

Y no hallando mas que tremendos riscos y montañas, volvieron al alojamiento de Llavequegue ó Llauquehue, y despues al Puyechué, á donde llegaron siete dias despues que los demas. En este parage, instando de nuevo á los indios que los guiasen al descubrimiento, quedaron de acuerdo en que seguirian el viage dentro de tres dias.

Entre los brazos de Emma, Bonis oía de cuando en cuando gritos que le estallaban dentro del cráneo. «¡Bonifacio! ¡Reyes! ¡Bonifaciole decían aquellos tremendos estallidos, y reconocía la voz del barítono, y la del bajo, y la del que cantaba en Lucrezia: Vivva il Madera! Vino el día y se durmió la triste pareja.

Su expresión habitual era soñadora y triste: algunas veces tenía un modo de dirigir una mirada ligera, de soslayo, sobre alguna persona que no le observaba a él, y, con una mirada tranquila y fija, parecía que mentalmente estaba midiendo el calibre de la persona que estaba ajena de ello. ¡Qué ojos tan tremendos tiene el señor Poe! me dijo una señora.

Se iban cerrando sus ojos y dejaba caer pesadamente la cabeza sobre su hermano, el cual pretendía reanimarle con tremendos puñetazos en los ijares, dados en sordina por debajo de la mesa. Pimentó sonreía socarronamente ante este triunfo. Ya tenía uno en el suelo. Y discutía la cena con sus admiradores. Debía ser espléndida, sin miedo al gasto: de todos modos, él no había de pagarla.

¡Y qué humildemente vestida y peinada está! añadió la Esfinge al soltar de su mano la tarjeta. ¡Y qué dulzura de semblante y qué mirar de Niño-Dios! dijo don Santiago desde el hueco donde estaba embutido ya. Ángel sintió en su pecho cuatro porrazos seguidos y tremendos, uno por cada exclamación, que le retumbaron en la cabeza. Pero aquellos golpes no le dolían ni le incomodaban.