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Por eso me jallaste tan campante a la venida y me has visto ir tirando así hasta ayer, como quien dice... hasta que vino lo que yo había visto venir otras veces sin apurarme por ello, y no si te diga que con gusto... ¡con gusto, trastajo! porque cuando hay buena salud, la tierra no tiene salsa si nos está cantando siempre una misma solfa... y sin cambiar de ropajes... Digo que fui tirando tal cuál hasta que llegó la primer cellerisca, ésta que todavía está pasando, mientras llega, por las señales, otra más dura de pelar que ella; y se apagó el sol de día, y se cerraron puertas y ventanas, y empezó a faltar de noche la gente de la cocina, y a no haber fin para las horas de la cama ni punto de sosiego para el mal pensar de la cabeza.

Es asunto mío me dijo, tapándome la boca con una mano, fría como piedra sepulcral , y resuelvo sobre él lo que me da la gana. Además, estoy entrando en vena de hablar, y necesito hablar yo solo y sin que nadie me corte la palabra... ¡trastajo!, hasta para sacar los atrasos de estos días de murrias negras.

Hacia otra parte... a otro sitio a que yo quiero llevarle... porque esa expedición ha de hacerla don Marcelo conmigo. Necesitaremos dos días. ¡Larga va a ser, trastajo! No mucho; pero como debemos hacer noche allá... Pues si pensabas guardar el secreto del parador, no me des más señas de él, porque ya le he conocido...

Ya ves llegó a decirme mi tío , que aquí no se pasa el rato del todo mal, después de hecho el hombre a estas cosas tan diferentes de las de «allá». Y mejores se pasan todavía, como irás viendo, porque esta noche no hace regla: no es sazón de ello hoy por hoy, en que no aprieta el frío y está mucha de la maíz sin deshojar, y hay que deshojarla, porque lo primero es lo primero; pero déjate que corran días y empiece a empardecerse el cielo y a «rebombar» el pozón de Peña Sagra, ¡trastajo! y verás acudir gente a esta cocina, hasta haber noche de no caber en estos bancos, cada cual con su avío y con su tema... toda gente montuna, por de contado: puros jastialones.

Hombre continuó diciéndome, mientras miraba de hito en hito cómo prendía la llama del fósforo en el pálido enteco y congelado de la vela , yo que , aprovecharía estas carceladas para leer tantos libracos como trajiste contigo, y responder a tantas cartas como recibes... Porque de no tienes que cuidarte para nada; para nada, ¡trastajo!

Y si no has pensado en eso, ¿en qué trastajo has pensado?... ¡Mira que como sea falta de franqueza!...

Bien podrán tener algo de culpa esos ingredientes me replicó mi tío con muy escasas señales de creerlo ; pero a veces se me figura a que hay también otros motivos de por medio... y harto será, ¡trastajo!, que no venga de esa banda toda la podredumbre.

Mira, hombre: todavía no jaz un año que me tenía yo por tan duro de caer como las hayas de esos montes. ¡Trastajo con la vanidá de la guapeza humana! A lo mejor del pensar que solamente un rayo de la voluntá de Dios podía acaldarme en el suelo, un soplo que no apagaría una luz, me puso a las puertas de la muerte cuando menos lo esperaba y más descuidado dormía.

Y la otra es la que se ve allá abajo, a la mano izquierda: la misma salida del río. ¿No ves un camino que va por encima de él siguiendo toda la ladera? El puente está aquí a la izquierda, entre aquellos jarales. Puede que le confundas con ellos por lo viejo que es... Pues por ese camino se va... ¿Hasta dónde? ¡Hasta dónde!... ¡Trastajo! hasta la mar, si te conviene. Bien; pero ¿por dónde?

, señor le respondí al punto : falta algo que busco con ellos desde que me puse a mirar esta mañana, y no hallo por ninguna parte. Y ¿qué cosa es ella, hombre? Pues un palmo de tierra llana. ¡Trastajo! exclamó aquí mi tío, mirándome con el asombro pintado en los ojos , ¿cómo demonios ha de jallarse lo que no hay? ¡Que no! exclamé yo a mi vez.