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Sin detenerme un solo día, sin pararme en ninguna parte, me trasladé a París. Esta población era para muy familiar, tenía en ella multitud de amigos y toda clase de medios para pasar la vida al galope por medio de placeres. Pero era el caso que los placeres no existían para . O por mejor decir, yo no existía para los placeres. ¡Me hastiaba todo! La amistad me daba risa. El amor asco.

Y no se concedió el hospital a Orihuela. »Permanecí en la Diputación de Alicante desde el año 1871 hasta el 1876, en que me trasladé a Madrid.

Lo menos... desde hace dos meses..., sin hablar de los que se han quedado en Alsacia y del otro lado del Rin; porque, como usted comprenderá, no hay carros para todos, y, además, muchos no valen la pena de que se les traslade. , lo comprendo; pero ¿por qué están aquí esos desgraciados? ¿Por qué no los llevan al hospital?

El viaje á Italia le hice desde Suiza. Salí de la capital federal en la diligencia de Lucerna, travesía corta y deliciosa que se verifica en once horas. Llegado á Lucerna me trasladé á Fluelen por el lago de los Cuatro Cantones. Nada mas poético, nada mas agradable que cruzar la distancia intermedia entre Lucerna y Fluelen: el tiempo que se emplea es el de dos horas y media.

El frío de dos inviernos crudos, pasados casi sin calefacción, y el exceso de trabajo, acabaron con mi salud, y por consejo de los médicos me trasladé á la Costa Azul. No por tal cambio de ambiente dejé de trabajar. Como en París escaseaba el combustible, fuí en busca del calor del sol que nunca falta á orillas del Mediterráneo. Esto fué todo. Me instalé en Niza, por unas semanas nada más.

»Como siempre sucedía en casos semejantes, yo pronuncié, en el acto de la distribución de premios, un breve discurso que produjo en Alicante un inmenso entusiasmo. Al poco tiempo de celebrado este certamen trasladé mi domicilio a Madrid, renunciando a mi cargo de vicepresidente de la Diputación, con el objeto de dedicarme exclusivamente a la práctica del foro.

Además, las privaciones, generales en toda Francia, aún resultaban mayores y más penosas en este olvidado rincón. Al fin me trasladé al Principado monegasco, que veía diariamente desde mis ventanas, avanzando su doble ciudad de Mónaco y Monte-Carlo sobre la llanura azul del mar.

A eso de las cinco me trasladé al castillo. Las señoras habían vuelto al mediodía. Hallé en el salón á la señorita Margarita, á la señora de Aubry y al señor Bevallan, con dos ó tres huéspedes transeuntes. La señorita Margarita pareció no apercibirse de mi presencia, y continuó conversando con el señor de Bevallan en un tono de animación, que no le es habitual.

Y el segundo, el que se traslade toda la gente y guarnicion que hoy existe en la isla de Juan Fernandez, y se reuna en la plaza de Valdivia: pues siendo esta la llave de todo el reyno, á ella se debe aplicar todo el cuidado, y la mayor fuerza, siendo escusada la del presidio de Juan Fernandez, porque esta isla estará bastantemente guardada, siempre que se órden á los navios de la carrera que la reconozcan en los viages que hicieren de Valparaiso al Callao, y tengan cuidado de avisar, lo que en ella notasen, á este Superior Gobierno y al de Lima.

En pocas zancadas me trasladé a la del Fideo, donde residíamos, y mi amo, al verme entrar, me reprendió por mi larga ausencia. Si aquella falta hubiera sido cometida ante Doña Francisca, no me habría librado de una fuerte paliza; pero mi amo era tolerante, y no me castigaba nunca, quizás porque tenía la conciencia de ser tan niño como yo.