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Grande había sido la alegría de las monjas de Romsey al saber que la noble cuanto hermosa Constanza de Morel había pedido ser recibida como hermana suya, tras corto noviciado.

Las largas filas de rosales, los macizos de plantas, toda esa jardinería mutilada y corregida por las tijeras del hortelano, reverdecía con el soplo cálido de la tarde y se cubría de flores, uniendo sus simples perfumes a la estela de esencias que dejaban las señoras tras su paso.

Necesité hacer un violento esfuerzo para mirar aquel retrato; pero cuando le miré... ¡Oh! ¡Dios mío! ¡cuando le miré creí morir! El retrato que Amparo besaba llorando; que estrechaba contra su corazón y contra sus labios contemplando el cual pasaba inmóvil hora tras hora... aquel retrato... ¡Aquel retrato era el mío! ¿Me habría yo engañado?

Tras ellos, el postigo vuelve a cerrarse. ¡Bien mala cosa es la vejez! ¡Un hueso que nadie lo quiere roer, si no es la muerte! ¿Adonde iremos, señora Micaela?

Pero la ojeada atrevida de una de aquellas beldades que danzaban ante las tres repúblicas y el beso que le envió con la punta de los dedos hicieron que Maltrana reconociese de pronto su rostro oculto tras los rizos ondulosos y la capa de colorete y polvos de arroz. ¡Cristo! ¡Si es el steward de mi camarote!...

Los fáciles triunfos con mujeres deslumbradas por el éxito le hacían creer en el encanto irresistible de su persona. Podía ser que doña Sol, al verle tras larga ausencia... ¡quién sabe!... La primera vez que se encontraron a solas así fue.

Si se practica un agujero en la arena por encima de un cuerpo sólido arrastrado tras la corriente, ó en el punto ocupado por una concha marina, el pequeño torrente de unas cuantas gotas, atraído hacia este hoyo, desaparece dando vueltas en movimiento análogo al de un tornillo.

Al día siguiente recuperó las botas, pero nada más, mientras la muchacha compensaba la desnudez de su pescuezo con incesantes cigarros despreciativos. Podeley ganó, tras infinito cambio de dueño, el collar en cuestión, y una caja de jabones de olor que halló modo de jugar contra un machete y media docena de medias, quedando así satisfecho. Habían llegado, por fin.

Por un lado, la mamá con sus sofoquinas y pellizcos, ordenándole que rompiese las relaciones con el hijo de Cuadros, por ser una proporción desventajosa y denigrante para la familia; y por otro, el tal señorito acosándola, enviando carta tras carta, unas veces en prosa y otras en verso, pero siempre repitiendo lo del corazón de hielo, pérfida, cruel, etc., etc.

Hullin desapareció tras el ángulo de la casa de labor; allí la obscuridad era completa, y apenas se veía al doctor Lorquin, a caballo delante de un trineo, empuñando un espadón de caballería y un par de pistolas de arzón al cinto, y a Frantz Materne, al frente de una docena de hombres armados de fusiles, que temblaba de ira.