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El Océano tiene para tantos recuerdos, nos conocemos tanto, y me son tan familiares sus manifestaciones, que siempre que tras algún tiempo contemplo su grandiosidad, experimento un indescriptible placer. El Océano constituye una verdadera necesidad de mi vida.

Todo sea por Dios. ¿No sabe usted, tía, que hace tres meses...? la Correspondencia lo trajo... una mujer llevó a su marido al Retiro, y cuando iban por un paseo solitario salió el cómplice... , el cómplice, que estaba escondido tras unas matas, y entre ella y aquel tuno cogieron al pobre marido, le ataron de pies y manos y le arrojaron al estanque...

Al pasar el puente levadizo le pareció á Roger que en una de las saeteras brillaba la armadura de un soldado; y apenas estuvieron todos en el pórtico, sonó un clarín y el pesado puente se elevó tras ellos como impulsado por manos invisibles, con gran ruido de cadenas.

Los espectros del hambre y la miseria se levantan tras nosotros, y para evitar que nosotros y nuestras familias seamos presas de sus terribles garras, corremos todos tras la fortuna, aunque la hayamos de conquistar, directa ó indirectamente, en detrimento de nuestros semejantes.

Satisfecho de la diligencia y fortuna con que dejaba orillado este negocio, Bonis se detuvo, al salir del lugar, en un recodo del camino solitario, junto a un puente de madera que atravesaba el Raíces, riachuelo poético, sinuoso, que a la sombra de árboles infinitos corría al próximo Océano, sin gran prisa, seguro de llegar antes de la noche; y eso que el sol ya se había escondido tras de las olas que bramaban a lo lejos.

Nadie se asomó a la puerta como otras veces. Seguramente le habían visto, sin moverse, desde el fondo de la cocina. El perro saltó tras él largo trecho, retrocediendo luego al verle tomar el camino de la montaña.

El rostro de Beatriz, tras las celosías cruzó por su espíritu. Luego, como despertando: Dejalde, padre, que se atosigue con su propia ponzoña exclamó. Peor para él si no sabe aceptar su condición. Esta frase, lanzada con arrogante menosprecio, fue como un fustazo en las orejas de un tigre.

Ahora que tras muchos años de trabajos iba a alcanzar el fruto de tantos sacrificios ¿quería, por su afición a una cómica, ponerse en ridículo dando motivos de burla a los enemigos?

Tras ella, formando una pareja silenciosa, marchaban el cochero y la criada: un mocetón de rostro carrilludo y afeitado que respiraba brutal jocosidad, luciendo con tanta satisfacción como embarazo los pesados borceguíes, el terno azul con vivos rojos y botones dorados y la gorra de hule de ancho plato, y a su lado una muchacha morena y guapota, con peinado de rodete y agujas de perlas, completando este tocado de la huerta su traje mixto, en el que se mezclaban los adornos de la ciudad con los del campo.

Un discreto médico, amigo mío, mandaba á sus clientes descoloridos de París, de Lyon, á aquellas costas á tomar baños de sol, y él mismo lo desafiaba hora tras hora sobre una roca, no resguardando más que la cabeza; lo restante de su cuerpo adquiría un bello matiz africano.