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Con menos tiempo y trabajo repuso donna Olimpia me parece a que, si mis compatriotas los venecianos se hubiesen puesto de acuerdo con árabes y turcos y con el Soldan de Babilonia y con el de Egipto, tal vez hubieran podido abrir algún ancho canal por donde sin tantos rodeos hubieran pasado sus naves del mar Mediterráneo al mar Rojo, encaminándose luego por allí hasta más allá de Trapobana, a Cipango y al remoto país de los seras.

San Isidoro afirmaba que la isla Trapobana «hervía de perlas y elefantes, y que en ella el oro era más fino, los elefantes más grandes y las margaritas y perlas más preciosas que en la India». Junto a la Trapobana había dos islas, la de Chrise, que era toda de oro, y la de Argyra, toda de plata.

Se recordaban las flotas enviadas por Salomón al monte Sopora, que otros llamaban Ofir y algunos creían ser la isla de Trapobana. Las naos del sabio rey, después de tres años, volvían cargadas de oro, plata, piedras preciosas, pavones y colmillos de elefantes.

Los antiguos griegos y romanos la llamaron Trapobana, Lanca los indios, los árabes Serendib, y por último se llamó Ceilán. En sus Costas habían fundado los portugueses varios fuertes y factorías, desde donde procuraban dominar toda la isla. Reinaba en ella, sobre la raza indómita y guerrera de los singaleses, un rey tan valiente como astuto llamado Rayasinga.

Reventaban de risa con estas cosas los duques, como aquellos que habían tomado el pulso a la tal aventura, y alababan entre la agudeza y disimulación de la Trifaldi, la cual, volviéndose a sentar, dijo: «Del famoso reino de Candaya, que cae entre la gran Trapobana y el mar del Sur, dos leguas más allá del cabo Comorín, fue señora la reina doña Maguncia, viuda del rey Archipiela, su señor y marido, de cuyo matrimonio tuvieron y procrearon a la infanta Antonomasia, heredera del reino, la cual dicha infanta Antonomasia se crió y creció debajo de mi tutela y doctrina, por ser yo la más antigua y la más principal dueña de su madre.

Y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente le conduce y guía el grande emperador Alifanfarón, señor de la grande isla Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo, el rey de los garamantas, Pentapolén del Arremangado Brazo, porque siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo.

Ni por ésas volvió don Quijote; antes, en altas voces, iba diciendo: ¡Ea, caballeros, los que seguís y militáis debajo de las banderas del valeroso emperador Pentapolín del Arremangado Brazo, seguidme todos: veréis cuán fácilmente le doy venganza de su enemigo Alefanfarón de la Trapobana!