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La muerte es lo más difícil de entender; pero los viejos que han sido buenos dicen que ellos saben lo que es, y por eso están tranquilos, porque es como cuando va a salir el sol, y todo se pone en el mundo fresco y de unos colores hermosos. Y la vida no es difícil de entender tampoco.

Dejemos que se cansen, Cornelio, y verás cómo acabamos por podernos ir tranquilamente. Comamos ahora algo, y descansemos. ¿A quién le toca el primer cuarto de guardia? A dijo el joven . Podéis dormir tranquilos: ningún pirata se acercará sin mi permiso. Te hará compañía Horn. Ven más cuatro ojos que dos. Los míos todavía son buenos dijo el viejo piloto.

Andrés y tía Pepilla vivieron todavía mucho tiempo tranquilos y contentos. Tuve la dicha de cerrarles los ojos, y les cristiana sepultura junto a la tumba de mis padres. En cuanto a .... No me he casado, y vivo muy feliz, gozando del fruto de mi trabajo. En él encontré consuelo y fortaleza. El trabajo productivo me apartó de aquellos idealismos románticos que me causaron tantas amarguras.

Los hijos podían ir por la vega sin ser hostilizados, y hasta Pimentó, cuando encontraba á Batiste, movía la cabeza amistosamente, rumiando algo que era como contestación á su saludo.... En fin, que si no los querían les dejaban tranquilos, que era todo lo que podían desear. En el interior de la barraca, ¡qué abundancia! ¡qué paz!... Batiste se mostraba admirado de su cosecha.

En estos días tranquilos, suaves, de temperatura benigna, se pueden pasar las horas dulcemente contemplando el mar. Las grandes olas verdosas se persiguen hasta morir en la playa; el sol cabrillea sobre las espumas, y al anochecer algún delfín destaca su cuerpo y sus aletas negras en el agua.

Tenían sangre distinta; vivían juntos y tranquilos, pero no eran iguales ni podían serlo. Cada uno con los suyos. Y al decir esto, Pep recogió de la mesa los platos de la comida y los fue guardando en la cesta, preparándose para marcharse. Quedamos, don Jaime dijo con su tenacidad campesina , en que todo es broma, y usted no inquietará a la atlota con sus fantasías. No, Pep.

Suponíales muy tranquilos y de color de cera dentro de aquella caja que llevaba un tío cualquiera al hombro, como se lleva una escopeta. «Aquí es» dijo Guillermina, después de andar un trecho por la calle del Bastero y de doblar una esquina. No tardaron en encontrarse dentro de un patio cuadrilongo.

Se quedarían después de esto tranquilos como siempre, esperando que llegase la hora de perecer en otra catástrofe. ¡Ah, si ellas llevasen pantalones! ¡Si las dejasen intervenir en los asuntos de los hombres!... Otra cosa sería. Y los albañiles contestaban con un gesto de desaliento. ¿Qué iban a hacer? No tenían armas; estaban cansados de que les pegasen a la menor protesta en la calle.

Y hacía chasquear entre los dientes la uña sonrosada y aguda de su pulgar. A usted se lo digo todo continuó. Después de su larga ausencia, en la que alguna vez me he acordado de usted, siento el deseo de que me conozca bien y para siempre. A ver si así vivimos tranquilos.

Se derribaron las casas de materiales ligeros, mediante el concurso de un cuerpo de caballería para cargar sobre los dueños en el caso de que se sublevasen: hubo muchos llantos y muchas lamentaciones pero la cosa no pasó de allí. Los curiosos, entre ellos Simoun, fueron á ver á los que se quedaban sin hogar, paseándose indiferentes y se dijeron que en adelante podían dormir tranquilos.