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Así es que sin cesar iba a casa del cura, a confesarle mis cuitas, inquietudes, esperanzas y protesta contra la espera que me veía obligada a soportar. Sabía, que el objeto de mi amor ¡ay! no había hallado de su gusto el viaje a Laponia. Paseábase tranquilamente en San Petersburgo, y las hermosas eslavas me daban un miedo horrible. ¿Estáis seguro de que no se enamorará de una rusa, señor cura?

¿Por qué no? respondió Carlos sencillamente fijando en él su clara mirada. Y pasando el primero, salió por la poterna sin volver la cabeza. El otro le siguió como un perro. Si le había oído, era valiente lo que hacía el capitán... ¡Salir tranquilamente así, delante de su fusil!... No tenía más que apretar el gatillo... No había nadie... Nada que temer... Los árabes tenían buena espalda.

Pero cuando se lee La gitanilla tranquilamente, nos parece una comedia mediana, eco casi apagado de las bellezas de la incomparable novela de Cervantes. El doctor Carlino se funda en una comedia antigua de Góngora, no terminada por éste.

Vivía en una inquietud dulce, anhelante, esperando algo hermoso, algo inefable que no quería formularse en su cerebro. Mientras, ella con su eterna sonrisa misteriosa le observaba tranquilamente, segura de conocer ese algo y de llegar a él cuando le viniera en apetencia.

El médico balbuceó algunas palabras y se despidió, porque le aguardaba su enfermo. El general se sentó tranquilamente en su cómodo sillón; Enrique, con la sonrisa en los labios, permaneció de pie junto a la chimenea; la Vizcondesa, entre sorprendida e indignada, quería hablar y no se atrevía a hacerlo.

Es su institutriz. ¡¡Dia...blo!! acentuó Fabrice con energía. Y volvió tranquilamente a preparar su paleta.

Mautang se quedó un momento silencioso y despues como encontrando su réplica, repuso tranquilamente: ¡Ah! es que aquellos son enemigos y embisten, mientras que éstos... ¡éstos son paisanos nuestros! Y acercándose dijo al oido del Carolino: ¡Qué simple eres! Se les trata así para que ensayen de rebelarse ó escaparse y entonces... ¡pung! El Carolino no contestó.

Vea, señor: se trata de cuatrocientas leguas; unas cuatrocientas leguas cuadradas que son nuestras y nunca acaban de entregárnoslas. Isidro abrió desmesuradamente los ojos con expresión de asombro y escándalo. ¿Sería una maniática aquella doña Zobeida?... ¡Cuatrocientas leguas!... Pero eso es un Estado. Es casi una nación. La señora insistió tranquilamente en la cifra.

En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal, como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar el vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente, como pudiera hacerlo en un palo de gallinero.

El ingenioso Sánchez paseó tranquilamente sobre ellos sus ojos opacos, reflexivos, donde se leía constantemente la concentración profunda de un cerebro positivo, y dijo sin advertir siquiera la indignación de aquellos hombres-niños: ¿Y por qué es un acto inmoral? Porque ataca los fundamentos mismos de la moralidad. ¿Y cuáles son los fundamentos positivos de la moral?