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La dama desconocida, de espalda a la calle, ahora, inclinando la cabeza hacia el interlocutor invisible, hablaba tranquilamente y se defendía como por máquina, con leves manotadas felinas, de unas manos que de vez en cuando intentaban cogerla por los hombros. «¡Están a obscuras! no hay luz en esa habitación... ¡qué escándalo!», pensó don Fermín, que seguía inmóvil.

Mientras tanto, varios centenares de hembras guerreras se despojaban tranquilamente de sus uniformes, y unas en simples calzoncillos, otras completamente desnudas, se lanzaron al agua, haciendo alegres suertes de natación.

Llegaba después de media noche, diciendo que había comido con unos amigos. Otras veces no volvía; y transcurridos varios días, se presentaba tranquilamente, como si hubiese salido horas antes, con la serena inconsciencia de un perrillo vagabundo. Nadie podía saber con certeza dónde había estado.

Pero a pesar de eso, al escuchar la afirmación de Blanca, estuve a punto de divulgarlo; sin embargo, logré dominarme. En todo caso, amaré a alguien, mañana o pasado; porque no se puede vivir sin amar. Y ¿de dónde has sacado, esas ideas, Reina? Pero, de la vida, tío le respondí tranquilamente. Recordad las heroínas de Walter Scott: recordad cuánto aman y cómo son amadas.

Llevando en sus juicios definitivos con la mayor discreción posible, aquéllos se arraigaban en su espíritu y crecían en él tan tranquilamente como la hierba en las praderas.

Mi padre dice muchas veces a la de Oreve: No lo provoque usted, señora, porque tenemos aquí muchachas esta noche. Pero ella responde tranquilamente: No se apure usted; hay gracias de estado para las jóvenes y no entienden más que lo que deben entender. ¿Verdad, señoritas? Todo es puro para los puros. Y el señor Kisseler se dispara.

Tanto que, dando al traste con todas sus ambiciones y temores, se resolvió a salir de aquel miserable estado haciéndola suya. Tomada esta resolución, descansó como si le quitasen un gran peso de encima, y logró dormir tranquilamente.

Voy a acompañar a los muchachos que se van contestó Melchor mientras, sentado en el borde de su cama, se calzaba tranquilamente las botas de montar. ¿Y usted también se va con ellos, don Melchor?... le preguntó insinuantemente Baldomero. ¡Ni pienso!... ¿a qué?... ¡No! Voy a acompañarlos hasta la tranquera del bajo.

De la blancura incierta de algunas camisas, rígidas y acartonadas por el líquido seco, emergían ubres como harapos, adaptando su arrugada flacidez a las bocas lloronas de los pequeños. Otras madres, con el hijo en las rodillas, desenvolvían tranquilamente sus fajas y pañales, dando a la luz los olvidos hediondos de la inconsciencia infantil.

Cuando vió que las miradas de Ester se habían fijado en las suyas, y notó que parecía haberle reconocido, levantó lenta y tranquilamente el dedo, hizo una señal con él en el aire, y lo llevó á sus labios.